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Van surgiendo serios cuestionamientos al regimen de Cuba desde sus propias entrañas

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Mensaje por Habanera Mar Mar 09, 2010 6:14 pm

La gestión de la crisis de valores derivada del “período especial”
Orlando Pérez Zulia | 9-3-2010

1. Aparición de la crisis

Nos acercamos al 20 aniversario del comienzo de la profunda crisis económica en que nos sumió la conjunción del desplome del campo llamado “socialista” en Europa y la endeblez de nuestra autonomía económica. Si bien no tuvo una fecha formal de comienzo, hacia 1990 se inició la crisis que fue bautizada como “período especial”. Tanto el sustantivo “período” como el adjetivo “especial” (éste, especialmente ambiguo) insinuaban su naturaleza coyuntural, transitoria y excepcional.

Hoy, recorridas esas dos décadas, que representan el 40% de todo el período revolucionario, resulta obligado examinar qué ha supuesto esta experiencia histórica y cómo se enfrentan sus consecuencias en el orden político.

Al amparo de aquella denominación se usaba -y aún se usa- el recurso de aludir a la crisis como algo nacido de la nada, un percance del que nadie era responsable, como si se tratara de un huracán (“las dificultades debidas al período especial” solía decirse, como si no se hubiera elegido ese nombre, precisamente, para aludir a las dificultades). Con tal giro, que resulta equivalente a “las dificultades debidas a las dificultades” se dejan en un limbo todas las responsabilidades concernientes al hecho de que hayamos desembocado en la susodicha crisis. En cualquier caso, resulta obvio para cualquier mente sensata que no podemos atribuir a nadie del extranjero nuestra incapacidad para evitarla.

Con el comienzo de la década de los 90, se desarrolla aceleradamente una situación de extrema precariedad material, que se ponía de manifiesto en todas las esferas del consumo y de la vida. La electricidad, el transporte, la telefonía, y la alimentación experimentaron un súbito deterioro que colocó en estado de incertidumbre y angustia cotidiana a la población.

2. La respuesta cubana

Tras unos primeros meses de estupor, nuestro gobierno reacciona adoptando algunas medidas llamadas a mitigar la hecatombe. Acaso la más trascendente fue la despenalización de la posesión de divisas extranjeras en el marco legal y, sobre todo, su despenalización moral, cuando dejó de estar mal visto que los antiguos “gusanos” enviasen dinero a sus familiares o amigos residentes en el país y, especialmente, que estos últimos pudieran acoger y hasta demandar dichos envíos. Pero a ella se sumaron otras, tales como permitir tímidas expresiones de trabajo por cuenta propia, la incentivación de inversiones extranjeras, consentir que los cubanos accedieran a las tiendas que operan en divisas y la reaparición de los mercados agropecuarios con libre fijación de precios de acuerdo a la oferta y la demanda, los cuales habían sido cerrados en un arrebato de purismo ideológico poco antes del comienzo de la crisis.

En el marco político ideológico, nuestra sociedad también recibió un duro batacazo. Los partidos comunistas, uno tras otro, en cuestión de pocos meses, fueron siendo desplazados del poder en todos los países que integraban el sistema en el que estábamos política y económicamente integrados. Asistimos al alarmante fenómeno de que nadie, ni un solo obrero, campesino o estudiante, ni un solo militante comunista de esos países, hiciera el más mínimo ademán para defender el sistema una vez que aparecieron los primeros síntomas del naufragio. Nuestros paradigmas ideológicos caían en el descrédito sin atenuantes. Tan notable fue dicha circunstancia que, un año después de que la “indestructible Unión Soviética” –como solía llamársele hasta la saciedad a lo largo de años- estallara en pedazos, esta seguía existiendo como tal en la Constitución de la República de Cuba.

Los enemigos de la Revolución se afilaron los dientes. “La libertad ya viene llegando” cantaba un salsero de moda en Miami. “Estamos en la hora final de Castro” afirmaba el Sr. Andres Oppenheimer en el título de un libro, escrito a toda velocidad para evitar que la caída inminente de Fidel pudiera convertirse en un hecho consumado antes de alcanzar la condición de profecía (La hora final de castro: la historia secreta detrás de la inminente caída del comunismo en cuba, era su título exacto). Estados Unidos aprieta las tuercas con nuevas leyes que refuerzan el bloqueo para precipitar lo que parecía inevitable.

Pero lo inevitable no ocurrió; la estrepitosa caída se quedó solo en la mente calenturienta de quienes la deseaban, y “la hora final de Castro” ha resultado ser 175 mil veces más larga que las horas usuales.

¿Cómo pudo resistir el país tal andanada de adversidades? ¿Cómo pudo sostenerse a pesar del despiadado castigo energético, la hostilidad comercial, el desamparo ideológico y el cerco mediático a que fue sometido? Algunos elementos claves en el marco político que a mi juicio contribuyen a explicar la proeza son los siguientes:

· La prevalencia de una enorme reserva política. Una de las pifias más notables de periodistas, analistas extranjeros y exiliados siempre consistió en no saber aquilatar la magnitud y el alcance de ese apoyo, conformado a través de conquistas reales y palpables en materia de bienestar espiritual, de cultura, soberanía y vida digna.

· El empecinamiento ciego de Estados Unidos, que contribuyó a consolidar un sentimiento de plaza sitiada por un enemigo cuyo carácter agresivo y depredador no fue inventado para la ocasión, sino que tenía un largo historial y ya había sido desenmascarado por Martí.

· El afán de revancha de la derecha cubana de Miami, un enemigo que se esforzó (con todo éxito) en mostrarse como tal, con la consiguiente derivación de conseguir altas cotas de unidad y espíritu de resistir a cualquier precio.

· La recuperación del ideario de Martí y Maceo en momentos en que, quisiéramos o no, la prédica política del Marxismo-Leninismo no vivía sus mejores momentos. Dicha plataforma histórica, unida a la cultura política de la gente llana, que sabía o intuía claramente que el capitalismo no había ofrecido soluciones (ni justicia, ni libertades reales) a la inmensa mayoría de los que habitan nuestro entorno geopolítico subdesarrollado, produjo un sólido consenso entre los residentes en la isla renuentes a emular a los alemanes del este en su empeño por “empujar el muro”.

· La notable capacidad de Fidel para mover piezas en el ajedrez político, especialmente aguzada en coyunturas difíciles. El secuestro de Elián González y el empecinamiento de sus captores en conseguir que, además de haber perdido a su madre, también perdiera a su padre, acaso ofrezca el mejor ejemplo. La cavernícola obcecación que llegaba desde la Florida -un verdadero regalo para la dirección del país- fue magistralmente capitalizada para dar oxígeno ideológico a la revolución y sensación de protagonismo al pueblo en una batalla que estaba destinada a ser ganada, además de permitirnos a todos ver la verdadera calaña de nuestros hipotéticos salvadores.

· La flexibilización del partido comunista, que se expresó en materias tales como la religión, cuando se llegó a legitimar la pertenencia al partido comunista de ciudadanos imbuidos de creencias mítico religiosas, algo que habría sido descabellado vaticinar solo 3 años antes, o la de reclamar una participación masiva en el recibimiento del Papa y en sus misas.

Aquellas realidades y estas medidas, tanto las de índole económica como las políticas, explican en buena medida que la dirección del proceso revolucionario cubano consiguiera la hazaña de conservar el poder.

3. Una debacle moral

Ahora bien, la precariedad material y espiritual de la sociedad, si bien fue mitigada en algunas esferas, ha estado lejos de desaparecer a lo largo de los 20 años transcurridos. El salario medio mensual de la población ha sido (y es hoy) equivalente al precio de 30 refrescos carbonatados (uno diario). ¿Cómo ha podido sobrevivir el cubano en tales condiciones? No hay que ser un académico de la economía para comprender que durante varios lustros, todos y cada uno de los 11 millones de residentes en el país sin excepción ha contado con recursos que no se derivan de lo que el estado cubano –que monopoliza la distribución de salarios y pensiones- retribuye monetariamente a los ciudadanos.

El abanico de variantes proveedoras es amplio, pero todas ellas comparten ese denominador común: los recursos vitales para la subsistencia solo muy parcialmente provienen de su trabajo para el estado. Dichas fuentes adicionales suministran dinero externo a algunos ciudadanos; el resto de las personas lo obtiene de esos poseedores primarios. Entre otros orígenes, tales recursos adicionales de tipo primario provienen de: las remesas recibidas desde el extranjero, las propinas o pagos desembolsados por extranjeros que visitan el país o residen en él, dinero adquirido en el extranjero en el contexto de misiones oficiales o viajes particulares, y pagos (formalmente ilegales pero ostensiblemente consentidos) que realizan los empresarios extranjeros a sus trabajadores cubanos.

Los servicios que prestan y las ventas que efectúan los poseedores secundarios no siempre entrañan una estafa manifiesta; es el caso de un plomero particular, de una persona que enseña idioma inglés, de un campesino que merca con alimentos producidos por él, o de un botero, aunque algunas veces incurran en una ilegalidad formal. Sin embargo, dichas actividades casi siempre transitan de un modo u otro por conductas delictivas: productos robados al estado, sobornos a lo largo y ancho de toda la estructura burocrática, “multas” y otras estafas aplicadas a los consumidores, o sobrepagos exigidos por quienes proveen servicios oficiales en medios de transporte o comunicaciones, sitios de ocio, bufetes, hospitales, centros educacionales, funerarias, hoteles, y un largo etcétera que resultaría interminable inventariar.

Presenciamos una persecución generalizada del dinero en toda regla. Formalmente, la totalidad de las fuentes de producción y de servicios son estatales, pero en la práctica lo que posee nuestro país es una enorme red de negocios particulares sostenidos por el estado. En medio del socialismo, presenciamos aquello que la Economía Política considera la contradicción fundamental del capitalismo: la que se produce entre el carácter social de la producción y la naturaleza privada de la apropiación. Se privatizan las ganancias y se socializan las pérdidas: menuda panacea con la que no han soñado ni los más empecinados defensores del pequeño comercio capitalista. Los panaderos, por poner un solo ejemplo ilustrativo, se conducen como dueños personales de la panadería estatal: una vez que satisfacen una exigencia mínima de retribución al estado, ponen el establecimiento en función de sus personales intereses comerciales. No solo se apropian de buena parte de las materias primas, sino que emplean en ese menester todos los recursos de que les ha suministrado el estado para su trabajo. Este último, mientras tanto, se ocupa de aprovisionarlos, paga el consumo eléctrico, la limpieza del local, el teléfono, el mantenimiento, el arreglo de los equipos, etc. Lo mismo ocurre en farmacias, restaurantes, talleres de reparación, supermercados, florerías, bodegas, ópticas, gasolineras, bares, y en cualquier otro centro de trabajo de ese tipo.

Se ha ido produciendo, en fin, un reacomodo socio-económico que ha permitido la sobrevivencia (inestable por lo general, más holgada en algunos casos, frágil casi siempre) de la gente. Pero el precio ha sido enorme: una verdadera debacle moral.

El día 12/feb/2010, el Granma incluía una nota firmada por Silvia Martínez Puentes donde se reconocía en alguna medida esta realidad. “Grande es el desgarramiento moral para la sociedad”, se consignaba. Pero hasta ahí llegaba la periodista; un análisis abarcador parece estar más allá de lo que la dirección del periódico considera conveniente; mucho más lejano se vislumbra un examen de las causas profundas de ese estado de cosas. De hecho, la nota concluye responsabilizando a la propia población cuando concluye diciendo que “Es una paradoja que aun cuando las personas se sienten dañadas por tan inescrupulosas conductas, no hacen la correspondiente denuncia, ni se inmiscuyen en su solución”. La realidad, por definición, no es paradójica ni puede serlo; solo puede parecerlo cuando no vemos lo que miramos. La realidad sencillamente es como es, la queramos aceptar o no. El asunto reside en examinar por qué es como es.


En materia de desgarro moral, el panorama es ciertamente sombrío y trasciende el marco de los trapicheos fraudulentos. Basta reparar en la notoria apatía de los jóvenes, su creciente propensión a marcharse de Cuba (en lo que constituye un permanente drenaje intelectual y una irreversible descapitalización que compromete seriamente nuestro futuro), en la reaparición de la prostitución (no solo como fenómeno en sí, sino como realidad mirada con naturalidad por vecinos y familiares de quienes la ejercen), en el culto a la divisa extranjera, en el reforzamiento del misticismo y el pensamiento mágico-religioso y el afán de adquirir otra ciudadanía, en el resquebrajamiento de la moral de trabajo hasta el punto de colocar la productividad en niveles indecorosos y las frecuentes fugas de nuestros deportistas (que han llevado a sonrojantes decisiones de cancelar nuestra participación en eventos que se desarrollan en sitios donde dichas defecciones puedan ser más propicias), en la desideologización cultural de los ciudadanos y su evidente desinterés por integrar las organizaciones partidistas, en la quiebra de valores otrora sagrados (tales como no mercar con los servicios médicos) y la erosión manifiesta en la responsabilidad social, en la emigración de enfermeros, ingenieros o maestros hacia actividades tales como renta de viviendas, boteo, expendio de alimentos, etc. y en la pérdida incluso de valores simbólicos, tales como el empleo de la palabra “compañero”, en franco proceso de extinción.

4. El consejo olvidado

Lamentablemente, no todos estos fenómenos tienen su origen exclusivamente en el deterioro del nivel de vida y la incapacidad del estado para satisfacer las necesidades elementales de la gente. Hay elementos subjetivos que los alimentan de manera flagrante. Y responsabilidades asociadas. Antonio Machado nos recordaba: “… el consejo maquiavélico que olvidó Maquiavelo: «Procura que tu enemigo no tenga nunca razón… Te libre Dios de tarascada de bruto cargado de razón»”.

Aludo a que la reacción ante estas realidades es patética, pues lejos de servir para revertirlas, contribuyen a vigorizarlas y pertrechan de no pocas razones al enemigo. Entre ellas, tenemos:

· El triunfalismo de los discursos y los mensajes radiales, periodísticos y televisivos parecen una burla. Con una machacona propaganda como la que padecemos no se consigue otra cosa que más apatía, menos compromiso. Recursos mediáticos que una vez tuvieron capacidad de emocionar y generar adhesiones, son hoy extemporáneos y contraproducentes. La retórica gastada y consabida de las mesas redondas de la TV, donde solo debaten quienes ya están de acuerdo de antemano, incrementa la indiferencia y la molicie política.

· El ocultamiento de datos, noticias y realidades resulta ridículo con extrema frecuencia en una sociedad donde los reemplazos tecnológicos en materia de flujos informativos hace rato que son indetenibles. Las prebendas de que disfrutan los adalides del inmovilismo no pasan inadvertidas para casi nadie.

· La perseveración en la práctica de actuar como si una realidad no existiera aunque rompa los ojos. El secretismo sobre datos objetivos de nuestra propia sociedad pasa a ser una manera clamorosa de llamar la atención sobre la naturaleza embarazosa de lo que se oculta. Es inaceptable, por ejemplo, que se haya comunicado al pueblo en la prensa que importantes dirigentes jóvenes habían sido destituidos por ser indignos sin que jamás se haya informado públicamente en qué residió esa indignidad. Estas estrategias de escamoteo sistemático comportan un menosprecio y un atropello a la sensibilidad e inteligencia de la gente.

· La telaraña de prohibiciones obsoletas constituye más una fuente de recelo y corrupción que de soluciones para conjurar las desviaciones.

· El voluntarismo, al que se le ven las costuras a mil leguas luego de reiterados fracasos en los proyectos nacidos de su aplicación, y que no por suprimirse de los análisis han sido olvidados. La bichería política que tantos fuegos consiguió apagar (y encender) en el pasado hoy se percibe con sorna generalizada.

· La solicitud de opiniones a las personas, que es reclamada de cuando en cuando, pero sin forma alguna de retroalimentación, con el efecto de incrementar la frustración luego de haber alimentado un espejismo de participación.

5. Trabazón en la tierra

Resulta muy difícil hallar a alguien que no clame por un cambio de las reglas migratorias, cuya legislación niega el derecho a viajar sin permiso e imposibilita la estancia ilimitada en el extranjero y el libre reasentamiento de los cubanos en su país. Las regulaciones no solo se aplican de manera opaca (ya que no están disponibles para su examen), sino que brilla por su ausencia cualquier fundamentación por parte de dirigente o medio oficial alguno. La antológica afirmación de Ricardo Alarcón según la cual “los cubanos no debemos aspirar a viajar libremente porque se produciría una trabazón en el cielo”, es la única conocida, y no fue difundida públicamente.

Incidentalmente, procede llamar la atención sobre el hecho de que la emigración económica ha sido un elemento universal de la que los países emisores se han beneficiado desde siempre. Históricamente, los emigrantes económicos salen de sus países con la perspectiva de regresar cuando cesen las circunstancias de su alejamiento. Acopian y envían dinero, cuando pueden, también para sí mismos en ocasión de su futuro retorno. No es el caso de los cubanos, para quienes se ha inventado el oprobioso concepto de “salida definitiva”, o de “radicación definitiva en el extranjero”. Esta última se produce automáticamente cuando los que han salido de manera transitoria –ya sea por insolvencia, por hastío o por sentir que es un abuso- dejan de pagar al estado el cuantioso impuesto que se les impone por cada día que permanecen fuera de Cuba. A diferencia de lo que prevalece en todas las demás naciones, la política migratoria cubana parece diseñada para conseguir que los emigrantes no regresen nunca más.


Así conseguimos que muchos de los ciudadanos a quienes se ha despojado arbitrariamente del derecho a reasentarse en su patria desarrollen gratuitamente un acusado resentimiento con el Gobierno. Por otra parte, el dinero enviado por estos emigrantes “definitivos” llega a sus seres queridos en calidad de dádiva o limosna, con toda la carga de degradación que supone tanto para quienes extienden la mano como para los que ejercen esta especie de acto de caridad. No reparar en que con ese modus operandi –que adiciona una genuina “trabazón” en tierra extranjera a la que tenemos en Cuba- estamos autolacerándonos económica y moralmente, revela una enorme miopía, y siempre constituirá una mácula para quienes se obstinan en mantenerlo vigente.


6. ¿Es posible la recuperación?

Cualquier reversión de este estado de penuria moral será difícil y requiere de acciones decididas para ir a su raíz sin autoengaños. Cuanto más nos demoremos en emprenderlas, cuanto más tiempo transcurra pensando en que se resolverán con más prohibiciones o perpetuando las que existen, o con la emulación, o con la reiteración de consignas, más difícil será la recuperación. Cuanto más se recurra a realizar actos y más actos, repartición de condecoraciones y recreación mediática de las glorias pretéritas, y cuanto más dure el período en que estemos mirando para otro lado, “ese sol del mundo moral” de que nos hablara Cintio Vitier se poblará de más y más nubes. Cuanto más temor tengamos en adoptar medidas arriesgadas pero sustantivas para recuperar el decoro espiritual de las personas, más rápido se hará realidad el peligro que Fidel pusiera hace 5 años sobre el tapete de que nosotros mismos podríamos conseguir lo que le fue imposible al imperialismo, destruir la Revolución.
Vivimos una calamidad en esta materia, pero es importante tener en cuenta que no se trata de un estado de sórdida indigencia moral, como la que, lamentablemente, parecen padecer algunos países de nuestro entorno. En Cuba no hay mafias enraizadas (ni en el poder ni fuera de él), la policía no es estructuralmente corrupta, los dirigentes del país tienen intereses individuales –como todo el mundo- pero no están guiados por una inescrupulosa codicia personal, y los cuadros del partido son por lo general personas honestas. La mayor parte de nuestros intelectuales, científicos y trabajadores –más allá de exhibir síntomas de descontento y desencanto- siguen teniendo un compromiso esencial con el proyecto social iniciado hace 50 años, la gente llana comprende que el capitalismo y las políticas neoliberales no ofrecen soluciones, la delincuencia no se expresa de manera violenta salvo excepciones, que siempre serán en una u otra medida inevitables. No es poca cosa y tales circunstancias ofrecen un marco real para la recuperación.

Se nos pide que pensemos que “la Revolución soy yo”. Quienes formulan tal reclamo no tienen derecho a apoderarse de ella, haciendo exactamente lo necesario para que se nos acabe y tengamos que empezarla de nuevo. El inmovilismo es tal que, ni con la mejor voluntad, es evitable que la gente se pregunte si los que culpan al pueblo de sus desgracias por haberse acostumbrado al paternalismo, a la vez que proclaman alegremente que “el futuro está garantizado”, viven en otra galaxia, o simplemente desdeñan irresponsablemente aquello que ponga en peligro el mantenimiento de un estatus que personalmente les favorece durante el plazo biológico que les queda.


http://www.kaosenlared.net/noticia/gestion-crisis-valores-derivada-periodo-especial


"El inmovilismo es tal que, ni con la mejor voluntad, es evitable que la gente se pregunte si los que culpan al pueblo de sus desgracias por haberse acostumbrado al paternalismo, a la vez que proclaman alegremente que “el futuro está garantizado”, viven en otra galaxia, o simplemente desdeñan irresponsablemente aquello que ponga en peligro el mantenimiento de un estatus que personalmente les favorece durante el plazo biológico que les queda" ¡¡¡Valiente el muchacho, eh!!! Laughing
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