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INTERNET VS TIRANOS

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Mensaje por El Compañero Sáb Abr 03, 2010 7:44 am

Un espacio para discutir todo lo vinculado a las connotaciones de quien hace resistencia via Internet en sociedades totalitarias. En general un espacio para discutir como la Internet por via de blogs, facebooks, twitter, webs, chats, etc, es una herramienta efectiva de denuncia contra tiranias y regimenes represivos en todo el mundo.

Inicio este tema con un articulo del cual me gustaria escuchar sus opiniones, luego doy la mia sobre los retos de hacer oposición cybernetica (via blog, facebook, twitter, etc) en sociedades represivas, en este caso con el ejemplo particular de Bielorusia, "el ultimo bastión de Tiranía de Europa" segun dijera Condoleezza Rice.

No en vano las relaciones estrechas entre Alexander Lukashenko y el regimen cubano. Intercambian temas tipicos de tiranos: Como censurar, la mejor manera de poner bozales, etc...

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Cómo los dictadores nos vigilan en la Red
Abril 3, 2010
Por Evgeny Morozov

INTERNET VS TIRANOS 165_morozov

Mi patria, Bielorrusia, es un lugar improbable para una revolución por Internet. El país, controlado desde 1994 por el autoritario presidente Alexander Lukashenko, fue descrito en una ocasión por Condoleezza Rice como “el último bastión de la tiranía en Europa.”

Sus últimas elecciones presidenciales, en marzo de 2006, fueron seguidas por una breve y fracasada revolución. Las protestas iniciales fueron brutalmente suprimidas. Pero allá donde las manifestaciones no pudieron triunfar, los manifestantes se inclinaron por formas más creativas de insurgencia: los flash mobs (movilizaciones instantáneas). En un flash mob, se usan las redes sociales y el correo electrónico para reunir a un grupo de personas en un lugar público, que a continuación interpretan juntos una acción breve, a menudo surrealista. Algunos jóvenes bielorrusos emplearon el servicio de blogs de LiveJournal para organizar una serie de eventos en Minsk con sutiles mensajes antigubernamentales. En un flash mob típico, los jóvenes sonreían, leían periódicos y comían helados. No había nada abiertamente político, pero el subtexto era: “Mejor lamer helados que el culo del presidente.” Los servicios de seguridad hicieron numerosos arrestos, pero sus acciones fueron captadas en fotos colocadas a su vez en LiveJournal y en sitios web donde se comparten fotos —como Flickr. Los bloggers occidentales y la prensa tradicional recogieron la noticia, y llamaron la atención sobre la dura represión.

Desde entonces, detalles de esa rebelión han sido celebrados por un grupo de pensadores, principalmente occidentales, que creen que el activismo digital puede ayudar a derribar regímenes totalitarios. Los flash mobs bielorrusos se invocan para ilustrar cómo una nueva generación de manifestantes descentralizados, armados sólo con tecnología, pueden oponerse al Estado de formas impensables en 1968 o 1989. Pero esos entusiastas digitales rara vez dirán lo que pasó después. El entusiasmo por la idea de una revolución digital es creciente. En octubre, fui invitado a Washington DC para testificar ante la Comisión de Seguridad y Cooperación en Europa —una mezcolanza de congresistas estadounidenses, diplomáticos y oficiales militares. El grupo mantenía una sesión titulada: “Twitter contra los tiranos: Los nuevos medios de comunicación en los regímenes autoritarios.” Hubo un momento en que acepté felizmente la premisa, pero últimamente mi opinión sobre el asunto ha cambiado. Desde 2006 a 2008 trabajé en la antigua Unión Soviética, en proyectos de Internet financiados desde Occidente —sobre todo desde la perspectiva de “promovamos la democracia a través de los blogs.” Pero el año pasado dimití. Nuestra misión de usar Internet para empujar a los ciudadanos de regímenes autoritarios a comprometer el status quo había tenido tantas consecuencias inesperadas que, en algunos momentos, pareció dañar las mismas causas que estábamos tratando de promover.

En la audiencia, fui la voz solitaria disidente dentro de un mar de optimismo. En una alocución el Senador Sam Brownback, un Republicano conocido por sus opiniones conservadoras cristianas, nos imploró que “derribásemos los nuevos muros del siglo XXI, las cibermurallas y la censura electrónica empleada por los tiranos.” Jon Stewart, anfitrión del programa satírico The Daily Show, se burlaba hace poco de la sugerencia similar de un congresista al decir que la red estaba liberando a los pueblos de Irak, Afganistán e Irán: “¿Podíamos haberlos liberado por Internet? ¿Por qué enviamos un ejército cuando podríamos haberlo hecho de la misma manera que compramos zapatos?” Desafortunadamente, voces críticas como ésta son raras. La mayor parte de la prensa, tan irritable cuando informa sobre el impacto del internet en su industria, continuó produciendo sensibleros ejemplos del matrimonio entre la protesta política y los medios de comunicación social. Y qué lista: monjes birmanos desafiando a una malvada Junta con cámaras digitales; adolescentes filipinos usando SMS para crear una “revolución textual:” activistas egipcios usando claves cifradas para esconderse del ojo-que-todo-lo-ve de Mubarak; incluso ecologistas brasileños empleando mapas de Google para mostrar la deforestación en el delta del Amazonas. ¿He mencionado a Moldavia, China e Irán? Se nos dice que esos ciberdisidentes, ahora llevan a cabo sus combates en la red, cambiando octavillas por comunicados en Twitter y sustituyendo los faxes por los iPhones.

Pero eso no fue lo que pasó en Bielorrusia. Tras del primer flash mob, las autoridades comenzaron a monitorear By_mob, la comunidad LiveJournal en que se anunciaban las actividades. La policía comenzó a aparecer en los eventos, a menudo antes de que lo hicieran sus participantes. No sólo detenían a los participantes sino que tomaban fotos. Éstas —junto a las de imágenes on line de los manifestantes— eran usadas para identificar a los agitadores, muchos de los cuales fueron interrogados por la KGB, amenazados con la suspensión en la Universidad o cosas peores. Esta intimidación surtió efecto. Pronto, tan sólo los activistas más duros aparecieron. Las redes sociales crearon un panóptico digital que frustró la revolución; sus redes de contactos, que transmitían los temores públicos, fueron infiltradas y rebasadas por el poder del Estado.

El gobierno bielorruso no muestra ningún signo de sentirse embarazado por el hecho de haber detenido a gente por comer helados. A pesar de lo que los entusiastas digitales puedan decir, la aparición de nuevos espacios digitales para la disidencia también ha llevado a nuevas maneras de seguirla. El activismo analógico era bastante seguro: si se quemaba un nodo dentro de una red de protestas, probablemente el resto del grupo seguía estaba bien. Pero conseguir acceso a la Bandeja de Entrada de un activista señala también a todos sus interlocutores. El resultado es un juego del gato y el ratón en el que los manifestantes intentan esconderse de las autoridades creando entornos no convencionales. En Irán los disidentes solían ser activos en Goodreads, un sitio web internacional dedicado a la redes sociales para amantes de los libros. Allí, de manera discreta, discutían sobre política y cultura, sin ser vistos por los censores —así fue hasta que Los Angeles Times sacó un artículo sobre lo que estaba pasando, y puso a las autoridades sobre la pista.

Así, las comunicaciones sociales en red han facilitado sin querer una manera de reunir información sobre las conexiones de los activistas. Incluso un pequeño fallo en las coordenadas de un perfil de Facebook puede comprometer la seguridad de otros muchos. Un estudio de dos estudiantes de MIT, reportado en septiembre, mostraba que es posible predecir la orientación sexual de una persona analizando a sus amigos de Facebook; malas noticias para aquellos en regiones en que la homosexualidad lleva consigo la amenaza de palizas y cárcel. Y muchos regímenes autoritarios están recurriendo a compañías de recuperación y análisis de datos para que los ayuden a identificar agitadores.

TRS Technologies en China es una de esas compañías. Presume de que “gracias a nuestra tecnología, el trabajo de diez policías de Internet ahora puede hacerlo uno solo.”

* * *

Esto no significa que la ciberdisidencia sea una ilusión. Hay tres razones principales a favor de la “democracia a través del tweet.” La primera: a pesar de mis reservas, si se le usa correctamente, internet puede facilitar a los disidentes herramientas seguras y baratas de comunicación. Por ejemplo, los activistas rusos pueden usar Skype, más difícil de intervenir que los teléfonos. Los disidentes pueden cifrar mensajes, distribuir material contra el gobierno sin dejar un rastro de papel, y emplear herramientas más astutas para superar los filtros de internet. Ahora es más fácil ser una “ONG de un solo integrante”: con Google Docs puedes hacer tus propios panfletos, y rebajar el riesgo de infiltraciones. En segundo lugar, la nueva tecnología hace más arriesgadas las represiones sangrientas, ya que la policía está rodeada de cámaras digitales y esas fotos pueden ser enviadas a las agencias de noticias occidentales. A algunos gobiernos, como Birmania y Corea del Norte, no les preocupa parecer brutales, pero a muchos otros sí. Tercera, la tecnología reduce el costo marginal de la protesta, ayudando a convertir a los “mirones” en manifestantes en momentos críticos. Un estudiante iraní apolítico, por ejemplo, puede encontrar que todos sus amigos de Facebook están protestando y decidirse a participar. Este tercer punto necesita, sin embargo, un cuidadoso examen. El debate es como sigue. Gracias a Internet, los gobiernos han perdido su monopolio sobre el control de la información, mientras que los ciudadanos han adquirido el acceso a otras fuentes de conocimiento y la habilidad para organizarse con mayor seguridad. Mucha gente empleará ese acceso para saber más cosas sobre la democracia, lo que les liberará de la propaganda del gobierno. Usarán ese nuevo poder para demandar al gobierno una mayor responsabilidad (como ha pasado hasta cierto punto en China, donde activistas en la red han conseguido que se despida a corruptos funcionarios locales). Cuando llegue la próxima crisis —como las cuestionadas elecciones iraníes de 2009, o los elevados precios del combustible en Birmania el 2007— los ciudadanos volverán a Internet para ver qué tan impopular se ha vuelto el régimen. Descubriendo otros que piensan igual, verán las protestas y, si el régimen no ha respondido con violencia, se unirán para crear una “bola de nieve” capaz de aplastar a la más rígida estructura autoritaria.

Los sociólogos han llamado a esas bolas de nieve “cascadas de información.” Explican que, aunque muchos ciudadanos puedan creer que una revolución no va a triunfar, continuarán saliendo a las calles si todos los demás protestan, porque tanta gente no puede estar equivocada. Tal vez el mejor ejemplo es el descrito en un estudio de 1994 de la politóloga Susanne Lohmann, de la UCLA. Ella buscó la manera de explicar la súbita atracción de las “manifestaciones de los lunes” en la ciudad germano-oriental de Leipzig, que comenzaron en septiembre de 1989. Lohmann argumenta que los “mirones” alemanes vieron cómo se desarrollaban las protestas y, ante la falta de represalias gubernamentales, decidieron unirse a las mismas. En esas circunstancias, era la cosa más racional que podían hacer.

No es difícil ver cómo internet puede amplificar las cascadas de información y fortalecer así la posición de los activistas. Este punto ha sido planteado con mayor énfasis por el gurú americano de la red Clay Shirky. Es el “niño bonito” del mundo de las redes sociales, un asesor de entidades gubernamentales, corporativas y filantrópicas, y una fuente para reporteros que buscan citas acerca de cómo Internet está cambiando la protesta. Es también el principal responsable de la confusión intelectual en torno al papel político de la Red. Shirky adaptó las teorías de Lohmann a la época de MySpace en su bestseller Here Comes Everybody (2008). La lección principal que sacó de Leipzig es que la gente debe “protestar de forma tal que el Estado no pueda interferir con la misma, y distribuir ampliamente pruebas de sus acciones.” ¿Por qué? Los manifestantes están en una situación en la que no pueden sino vencer: “Si el Estado no reacciona, la documentación servirá como prueba de que protestar era seguro. Si el Estado reacciona, entonces la documentación de la represión puede ser usada para provocar una protesta internacional.” Pero la verdad es a menudo diferente. En Bielorrusia, muchos mirones vieron la respuesta del estado y, racionalmente, buscaron sitios más lejanos desde los que mirar. En Irán este año, la famosa foto de Neda Agha-Soltan, asesinada en las calles, se repartió viralmente y se convirtió en un símbolo de la “Revolución Verde.” Que animase a algún mirón es menos obvio.

Las cascadas de información a menudo fracasan a la hora de convertirse en fenómenos masivos, incluso sin que el Estado alimente el temor. El año pasado las protestas anti-FARC en Colombia —con la ayuda de Facebook— atrajeron amplias masas. Pero este año las protestas anti-Chávez no lo han hecho, aunque fueron organizadas por el mismo grupo, usando los mismos métodos. El objetivo era que cincuenta millones de personas marcharan en todo el mundo pero sólo unos pocos miles lo hicieron. Lo mismo pasó cuando la gente trató de organizar protestas en Azerbaiján y Rusia.

Sin embargo, incluso si internet no siempre saca la gente a las calles, sus partidarios tienen otro argumento más sutil. Para que triunfe la democracia, dicen, se necesitan movimientos civiles que ayuden a hacer las protestas más intensas, frecuentes y nutridas. Una vibrante sociedad civil puede desafiar a los que están el poder documentando la corrupción y poniendo al descubierto actividades como el asesinato de enemigos políticos. En las democracias, esta función la realiza sobre todo la prensa, las ONGs o los partidos de oposición. En estados autoritarios —o eso nos cuentan— le corresponde sobre todo a individuos, que a menudo son encerrados como resultado de ello. Sin embargo, si los ciudadanos pueden formar grupos ad-hoc, obtener acceso a información objetiva y conectarse entre sí, los desafíos al Estado son más posibles. Sociólogos como Robert Putnam argumentan que el ascenso de esos grupos aumenta el capital social y la confianza entre ciudadanos.

Es cierto que Internet esta construyendo lo que yo llamo una “infraestructura cívica digital”, nuevas maneras de acceder a datos y redes para distribuirlos. Esta lógica subyace en varios en intentos occidentales para dar nueva forma al ciberespacio en estados autoritarios. El Secretario inglés de Asuntos Exteriores, David Miliband está entusiasmado ante el potencial de la revolución de las comunicaciones para “dar ánimos a la búsqueda de la justicia social.” Ha dicho también “Si es cierto que hay más bloggers per capita en Irán que en cualquier otro país, me siento optimista ante ello.” A principios de noviembre, la Secretaria de Estado Hillary Clinton anunció el Civil Society 2.0, un proyecto para ayudar a organizaciones locales alrededor del mundo a usar tecnología digital, que incluirá la enseñanza on line sobre cómo hacer campañas y cómo usar las redes sociales.

Pero la aparición de esta infraestructura aparentemente benigna puede salirle por la culata a los gobiernos occidentales. El primer tropiezo es que convertir a Internet en una nueva plataforma para la participación cívica requiere que en ella sólo participen fuerzas prooccidentales y prodemocracia. Si embargo, la mayor parte de las sociedades autoritarias desafían una fácil clasificación dentro del paradigma “buenos contra malos” de la era Bush. En Egipto, por ejemplo, la extremista Hermandad Musulmana es una fuerza política —aunque casi excluida del Parlamento egipcio— que puede enseñarle una cosa o dos a Hosni Mubarak sobre la participación cívica. Tiene una envidiable presencia digital y una sofisticada estrategia en Internet: por ejemplo, hace campaña en la Red para lograr la excarcelación de sus activistas. Los gobiernos occidentales no deberían sorprenderse cuando grupos como éste se convierten en las voces más chillonas en los nuevos espacios digitales: son inmensamente populares y normalmente se les niega un lugar en la muy controlada esfera pública tradicional.

De forma similar, el más inteligente y activo participante en la nueva prensa en el Libano no es el gobierno respaldado por Occidente de Saad Hariri, sino los folloneros fundamentalistas de Hezbollah, cuya hábil manipulación del ciberespacio pudo verse durante la guerra de 2006 con Israel. En Rusia, Internet ha ayudado a crecer a grupos de extrema derecha como el Movimiento contra la Inmigración ilegal, que ha usado mapas de Google para visualizar la localización de minorías étnicas en las ciudades rusas y animar a sus miembros a expulsarlos. A las bandas criminales de México les gusta YouTube, donde presumen de su poder subiendo videos de sus asesinatos. Generalmente, en ausencia de unas normas e instituciones democráticas fuertes, Internet ha animado más la búsqueda de una justicia vigilante en vez del cambio social que Miliband esperaba.

Y la cosa está empeorando. Grupos ultra que apoyan la monarquía tailandesa fueron activos durante el golpe de septiembre de 2006 y en las más recientes protestas callejeras, buscando material antimonárquico que aparecía en un website llamado Protecttheking.net para censurarlo. Así, en esencia hacen el trabajo usualmente reservado a la policía secreta. De la misma manera, los Guardianes Revolucionarios iraníes han colocado en línea fotos de los manifestantes más activos en las marchas de junio de 2009, pidiendo a los iraníes partidarios de Ahmadinejad que los identifiquen. Y en agosto de 2009 los fundamentalistas religiosos de Arabia Saudita lanzaron una campaña para identificar videos que consideraban ofensivos y presionar a la compañía para que los borrase —una forma de “hacktivismo” digital que encantará a los censores oficiales.

No ayuda que cualquiera con una computadora y una conexión de Internet pueda lanzar un ataque contra una nación soberana. El año pasado tomé parte en una —sólo para experimentar— contra los sitios web del gobierno georgiano. Mientras los tanques rusos marchaban sobre Osetia del Sur, yo estaba sentado en un café de Berlín con un portátil e instrucciones sacadas de blogs nacionalistas rusos. Todo lo que tuve que hacer fue introducir los blancos facilitados —las URL de las instituciones georgianas hostiles (curiosamente la embajada inglesa en Tblisi estaba en la lista)—, apretar “Start” y sentarme a esperar. Lo hice por curiosidad, miles de rusos lo hicieron por patriotismo. Y el gobierno ruso cerró los ojos. Los resultados del ataque fueron poco claros. Por un breve instante algunos correos electrónicos del gobierno y algunas docenas de websites se ralentizaron o estuvieron no disponibles. Es decir, que aunque Internet puede quitarle poder al Estado o a una institución autoritaria (o de cualquier otro tipo), ese poder no se transfiere necesariamente a grupos prodemocráticos. En lugar de ello, a menudo fluye hacia grupos que, a veces, son peores que el régimen. Las mayores ventajas de la prensa social —anonimato, “viralidad,” interconexión— son también sus principales debilidades.

* * *

¿Cómo usan la Internet los gobiernos represivos? Como hemos visto, los servicios de seguridad pueden usar la tecnología contra la logística de la protesta. Pero la llegada del blogging y de la conexión a las redes sociales también ha facilitado al Estado poder implantar y promover sus propios mensajes, distorsionando y neutralizando discusiones en la Red antes de que se conviertan en acciones fuera de línea.

El “Gran Cortafuegos chino,” que supuestamente mantiene a los chinos a oscuras, es legendario. En realidad, esos métodos de censura en Internet ya no funcionan. Pueden detener al militante de a pie, pero un activista con un poco de ganas puede encontrar alguna forma de esquivarlos. Y más a menudo, los intentos oficiales de borrar un post de un blogger antigubernamental son contraproducentes, cuando los aliados del blogger asumen la tarea de distribuirlo a través de sus propias redes. Los gobiernos han perdido el control absoluto sobre la distribución de la información on line, y extirparla de los blogs ya no es una opción viable. En lugar de ello, contraatacan. No es problemático despachar comentaristas que acusen a un disidente de ser un infiel, un degenerado, un criminal o incluso peor, un lacayo de la CIA.

Aun más, el molesto ruido del internet —los chismes, pornografía y las teorías conspirativas— puede actuar como factor de despolitización. Facilitar acceso sin trabas a la información no bastará para empujar a los ciudadanos de estados autoritarios a enterarse de los crímenes de sus gobiernos. Los politólogos se refieren a la preferencia hacia la información no política como “ignorancia racional.” Es una forma elegante de decir que la mayor parte de la gente, en democracia o no, prefiere leer sobre temas triviales y sobre aquello que les es útil en su vida cotidiana —reseñas de restaurantes y películas, y esas cosas— antes que sobre el tedioso negocio del gobierno.

Un estudio de principios del 2007, de un académico saudita, mostraba que el 70 por ciento de todo el contenido intercambiado por adolescentes sauditas a través de Bluetooth era pornográfico. Los gobiernos autoritarios saben que Internet puede ser el nuevo opio de las masas. Son tolerantes ante la rampante piratería en internet, como en China. En muchos casos, impulsan las aspiraciones ciber hedonistas de su juventud. Por ejemplo, los proveedores controlados por el gobierno en Bielorrusia, tienen servidores llenos de juguetitos digitales pirateados para que sus clientes los bajen de forma gratuita. En este nuevo contrato social, a los usuarios de internet se les concede plena autonomía en línea —mientras no se aventuren en política.

* * *

No debemos engañarnos. Nadie sabe cómo crear esferas públicas digitales sostenibles capaces de promover la democracia. Las intervenciones occidentales no pueden ni siquiera orientar el desarrollo natural de esos espacios. Los gobiernos normalmente dan dinero a una ONG favorecida —a menudo con su base fuera del estado autoritario en cuestión— que tiene la tarea de de crear una nueva estructura de comunicaciones sociales: blogs, redes sociales, mecanismos de búsqueda y otros servicios que damos por garantizados en Occidente. Las ONG, a su vez, contratan talentos locales para trabajar en un Twitter bielorruso o en la versión egipcia de una plataforma de búsqueda de blogs como Technorati.

Y sin embargo estos servicios funcionan porque han nacido en culturas empresariales en las que pueden ser rápidamente montados y adaptados a las necesidades locales. El lento proceso de rellenar impresos buscando un ángulo para la próxima y jugosa subvención, que en realidad orienta a casi todas las ONG, está a un mundo de distancia de un espontáneo comienzo en Palo Alto. El resultado es un torpe arreglo en el que las ONGs se afanan insistentemente en largos, caros e innecesarios proyectos en lugar de deshacerse de ellos cuando ya es evidente que no van a funcionar, para avanzar hasta la próxima idea. A pesar de los millones de dólares gastados en la antigua Unión Soviética, los proyectos de nuevos medios de comunicación financiados por ONGs que siguen vivos y activos un año después de que acabe su subvención original pueden contarse con los dedos de una mano.

¿Debemos, pues, dejar de financiar proyectos que utilizan la Internet para promover la democracia? Desde luego que no. Incluso un escéptico como yo puede ver el lado positivo. Los gobiernos occidentales y las ONGs no deben abandonar su empuje democrático digital, simplemente deben mejorarlo. Una forma de hacerlo sería invertir en herramientas que ayuden a convertir los espacios cívicos digitales en algo menos susceptible a las deformaciones del gobierno. Hay algunos prototipos interesantes —basados sobre todo en las ediciones de la Wikipedia— que facilitan a los lectores pistas visuales de que algunos colaboradores pueden no ser de confianza. A medida que Twitter y Facebook emergen como plataformas para el ciberactivismo en estados autoritarios, es esencial que sean conscientes de sus nuevas obligaciones globales, incluyendo la necesidad de proteger la información que les confían los activistas. En otros lugares los ciberataques contra ONGs se intensificarán. Nosotros, en Occidente, debemos estar preparados para adelantarnos y ayudar a las voces disidentes, dando asistencia gratuita y rápida para que vuelvan volver a estar en línea lo antes posible.

También es necesaria alguna coherencia a la hora de tratar con los ciberataques. Si tratamos como crímenes los ataques lanzados por nacionalistas rusos contra blancos estonios o georgianos, no podemos aprobarlos cuando nuestros propios “hacktivistas” lanzan ataques similares contra sitios web del gobierno iraní. Y los gobiernos occidentales deberían abstenerse de confirmar las teorías de autócratas con complejo persecutorio sobre una revolución Twitter, que necesitaría ser reprimida. Durante las protestas en Irán este año, el Departamento de Estado estadounidense llamo a ejecutivos de Twitter y les pidió que retrasasen el mantenimiento del sitio de forma que los iraníes pudieran seguir empleándolo en sus protestas. No había forma mejor de confirmar las sospechas iraníes de que el gobierno estadounidense estaba, de alguna manera, detrás de la protesta.

Una idea final. Seamos en el futuro un poco más escépticos sobre la necesidad de recrear el mecanismo de protesta. En casi todos los países gobernados por regímenes autoritarios existe una masa sin explotar de activistas, disidentes, e intelectuales antigubernamentales que a duras penas si han oído hablar de Facebook. Llegar a estas redes in Internet pero efectivas será más valioso que fastidiar a los bloggers para que se dediquen a tareas políticas. Las embajadas occidentales que trabajan en estados autoritarios a menudo sobresalen a la hora de identificar y favorecer esas redes y una educación en torno a los nuevos medios de comunicación debería ser parte de la preparación diplomática. Después de todo, esos tipos de la vieja escuela son la gente que llevó la democracia a Europa central y oriental. Y probablemente también serán ellos quienes obtengan la libertad para China e Irán.

FUENTE: Artículo originalmente publicado en Prospect, 18 de noviembre de 2009, número 165 y publicado con traducción al Español por Juan Carlos Castillón en Penultimos Dias

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