La seguridad del Estado y el Estado de Inseguridad
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La seguridad del Estado y el Estado de Inseguridad
Tema original en
http://www.miscelaneasdecuba.net/
CONVERZANDO CON UN EX SEGUROSO (PRIMERA PARTE)
No sé cuánto puedo describir de su porte físico sin ponerle al descubierto, por lo que me limitaré a indicar que somos ambos cuarentones. Todavía, si se le mira bien, le queda un brillo en sus ojos, pero sus hombros encogidos no dan señales de mayor vitalidad.
Ambientalicemos: nos encontramos en un apartamento de las afueras de Moscú. La atmósfera me parece tétrica, patética. Es como si estuviera presenciando el trasfondo nebuloso de una obra kafkiana. Él está sentado en la cama de una habitación ad hoc que antes hubiera sido una sala, me explica, al no ser porque la familia ha crecido. Yo estoy arrinconado en una esquina, en un cojín, como siempre, pegado a la pared, con el mayor radio posible de visibilidad. Siento un abarrotamiento inusual de cosas, de estantes, de ropas, de trastes; poco espacio y sobre todo poca luz. Nuestras esposas trajinan en la cocina.
Ante mí tengo a un ex agente de la Seguridad del Estado y él ante sí a una persona que trata de ayudar a las víctimas de la represiva castrista. Es un binomio difícilmente conjugable, pero solamente la confianza que se logre infligir en el intercambio y la interlocución podrán allanar el camino del diálogo. Nuestra confianza descansa, acaso, en un encuentro efímero, pasajero, por allá por el 89, dado que nuestras esposas rusas se conocían de antes. Luego dimos tumbos por diferentes mundos; yo tomé en el 91 rumbo a Estocolmo, y a él lo regresaron sin terminar sus estudios dos años antes a Cuba. Ahora, porque el D. lo quiso así; el reencuentro.
Le pregunto, “pero ¿cómo fue que te interesaste por eso de los agentes, espionaje y contraespionaje?” La historia tenía raíces profundas que llegaban hasta los pies del Escambray. Ocurre que de esa zona montañosa bajó su papá en calidad de guerrillero cuando el afamado triunfo de la revolución. No me dijo el grado que portaba, ni hasta donde colgaron las chapas de su pechera, pero su viejo fue cofundador de la Policía Nacional Revolucionaria, y creo que llegó incluso a tener cierto cargo en los “caballitos” –“¡Coño, hacía tiempo que no me recordaban esa palabra!”, le exclamé-, es decir, la policía motorizada. Más tarde el padre pasaría a laborar en el Ministerio del Interior, en administración o algo por el estilo.
“Así que desde la casa, desde chiquitico, yo oía todo eso y vivía ese mundo”, me confiesa. “¿Y también viste la serie de David...?” “Claro que sí. En Silencio ha tenido que ser. Yo soñaba con ser uno de esos héroes y luchar contra el imperialismo, y los norteamericanos.”
Sin embargo, todavía le faltarían varios años, y bien sonados, antes de llegar a materializar sus sueños. Primero debe vencer el Pre Guitera, que si mal no recuerdo quedaba en El Vedado, en L y tanto (¿?). Bueno, en cualquier caso, allí se malcriaba a la flor y nata de la nomenclatura castrense. A modo de ejemplo me cita al hijo de Ramiro Valdés. “Si tú me preguntas de música cubana, yo no sé nada. Ni siquiera la sé bailar. Todo lo que nosotros oíamos era música norteamericana, extranjera. Todo el tiempo. Mira, el hijo de Ramiro Valdés era un fanático de Elton John. Hasta tenía los espejuelos como él y tocaba el piano. Pá qué decirte.”
La cosa es que por lo visto la farándula y el parrandeo hicieron que nuestro interlocutor terminara el preuniversitario con un bajísimo escalafón. “¿Bajo? No, el último de mi curso”, me aclaró semiorgulloso. Así que le cogió el Servicio Militar (Obligatorio) y nada más y nada menos que en Angola, cuando el apogeo de la guerra contra “los sudafricanos”, como los llamó. En el país africano sobrevivió 20 meses.
“Yo tengo medallas que no tiene el 90 por ciento de los cubanos que estuvieron en Angola”, me afirma orgulloso al tiempo que se para de la cama. Separa dos armarios. Mete las manos. Rastrea en ellos. Me alcanza cuatro cajitas plásticas de reverso negro y anverso transparente. “Esta es la Medalla del Valor Antonio Maceo. Esa la tienen muy pocos de los cubanos que lucharon en Angola. Esta es la Medalla del Valor Calixto García. Esa la tienen muchas más gentes.”
Nunca había tenido algo semejante en mis manos, y juro que lo que más me impresionó no fueron las medallas en sí, ni el haber reconocido en el grabado los rostros de los héroes de la guerra independentista, sino ver como la biografía de este cubano era tanto polvo como el que ahora yo persistentemente notaba en las cajitas plásticas. Todo para nada, para el anonimato, para el olvido, la miseria humana y la muerte civil.
“Y estas otras dos son dos medallas ni siquiera recuerdo porqué me la dieron.” Se trataba de dos galardones que reflejaban las banderas de Cuba y Angola, seguramente la conmemoración de algún aniversario común. “Lo que sí recuerdo es porqué me dieron la del Valor Antonio Maceo. Un BR3 se había quedado atrapado entre la línea de fuego nuestra y la de los sudafricanos”... Como no sé nada de armamento, pero sí soy un buen preguntador le indagué sobre qué era un BR3*, como creo me dijo se llamaba aquel blindado: “Es un carro con una ametralladora arriba”, me simplificó. “El chofer estaba herido y la tripulación también. Ya el carro había sido impactado por dos bazucasos. Yo fui en medio de un fuego cerrado y pude rescatar al carro y la tripulación.”
“Tenía 18 años cuando llegué a Angola”, me responde cuando le pregunto. Mi hijo, de 15, juega a un costado de la cama con la computadora de mi interlcutor, animando a uno de sus hijos. Cierro los ojos, pero no me atrevo a darle vuelo a la fantasía. Retorno inmediatamente a tierra: “Eras un niño, cuando más un adolescente.” “Así mismo.” Le indago sobre cómo él ve ahora, con el paso de tiempo y de la vida, su presencia en aquella guerra. Y me reconoce con voz casi inaudible: “¿qué te puedo decir? No había necesidad... Ahora, cuando estoy afuera, yo lo entiendo, ahora cuando puedo comparar.”
Él capta en mi pregunta un matiz más de lo que en verdad encerraba y me aclara, con un tono de seguridad y parsimonia sin par: “Mira, yo maté a mucha gente en Angola, y nunca he tenido ningún problema de la cabeza. He tenido amigos que al llegar a Cuba, cuando oían rechinar las gomas de un carro, se tiraban al piso, porque pesaban que era un tiroteo.”
Yo no soy psicólogo y nunca he matado a nadie; por lo primero y lo segundo, no puedo saber si el que mata deba o no sentir remordimiento, aunque sea en medio de una guerra abiertamente declarada. Lo que sí sé es que esa confesión me estremeció sin que una sola fibra de mi cuerpo lo reflejara; en el mismísimo fuero interno. ¿Es todo esto normal?
Me acordé de un analista cubano que alguna vez escribiera que Cuba está llena, repleta, pletórica de héroes, refiriéndose justamente a todos aquellos que como mi dialogador había batallado en Angola y otros confines del mundo. Me espanté ante este cuadro y sus consecuencias sociológicas, cuando una persona ante mis ojos con la frivolidad más calmosa del mundo me intima que el matar no le ha hecho estragos en su vida... ¡Qué tragedia la nuestra, con tantos héroes frustrados, tanto valor frío y tanta vacuidad sentimental!
Pero yo no estoy preguntando en ese momento para cuestionar, ni mucho menos humillar porque de eso ya se encarga nuestras propias biografías y los posos oscuros que en ellas subyacen; no, yo quiero solamente entender, si acaso saber. “¿Y después de Angola, qué hiciste?” Primero me cuenta que en realidad le debían una quinta medalla, otra del Valor Antonio Maceo, que no se la dieron porque ya estaba en Cuba, para luego decirme que estuvo un año sin hacer nada, vagabundeando tras regresar a la isla. Me imagino que debía tener entonces unos 20 años, y el fogaje de un cuarentón.
(Continuará...)
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CONVERZANDO CON UN EX SEGUROSO (PRIMERA PARTE)
No sé cuánto puedo describir de su porte físico sin ponerle al descubierto, por lo que me limitaré a indicar que somos ambos cuarentones. Todavía, si se le mira bien, le queda un brillo en sus ojos, pero sus hombros encogidos no dan señales de mayor vitalidad.
Ambientalicemos: nos encontramos en un apartamento de las afueras de Moscú. La atmósfera me parece tétrica, patética. Es como si estuviera presenciando el trasfondo nebuloso de una obra kafkiana. Él está sentado en la cama de una habitación ad hoc que antes hubiera sido una sala, me explica, al no ser porque la familia ha crecido. Yo estoy arrinconado en una esquina, en un cojín, como siempre, pegado a la pared, con el mayor radio posible de visibilidad. Siento un abarrotamiento inusual de cosas, de estantes, de ropas, de trastes; poco espacio y sobre todo poca luz. Nuestras esposas trajinan en la cocina.
Ante mí tengo a un ex agente de la Seguridad del Estado y él ante sí a una persona que trata de ayudar a las víctimas de la represiva castrista. Es un binomio difícilmente conjugable, pero solamente la confianza que se logre infligir en el intercambio y la interlocución podrán allanar el camino del diálogo. Nuestra confianza descansa, acaso, en un encuentro efímero, pasajero, por allá por el 89, dado que nuestras esposas rusas se conocían de antes. Luego dimos tumbos por diferentes mundos; yo tomé en el 91 rumbo a Estocolmo, y a él lo regresaron sin terminar sus estudios dos años antes a Cuba. Ahora, porque el D. lo quiso así; el reencuentro.
Le pregunto, “pero ¿cómo fue que te interesaste por eso de los agentes, espionaje y contraespionaje?” La historia tenía raíces profundas que llegaban hasta los pies del Escambray. Ocurre que de esa zona montañosa bajó su papá en calidad de guerrillero cuando el afamado triunfo de la revolución. No me dijo el grado que portaba, ni hasta donde colgaron las chapas de su pechera, pero su viejo fue cofundador de la Policía Nacional Revolucionaria, y creo que llegó incluso a tener cierto cargo en los “caballitos” –“¡Coño, hacía tiempo que no me recordaban esa palabra!”, le exclamé-, es decir, la policía motorizada. Más tarde el padre pasaría a laborar en el Ministerio del Interior, en administración o algo por el estilo.
“Así que desde la casa, desde chiquitico, yo oía todo eso y vivía ese mundo”, me confiesa. “¿Y también viste la serie de David...?” “Claro que sí. En Silencio ha tenido que ser. Yo soñaba con ser uno de esos héroes y luchar contra el imperialismo, y los norteamericanos.”
Sin embargo, todavía le faltarían varios años, y bien sonados, antes de llegar a materializar sus sueños. Primero debe vencer el Pre Guitera, que si mal no recuerdo quedaba en El Vedado, en L y tanto (¿?). Bueno, en cualquier caso, allí se malcriaba a la flor y nata de la nomenclatura castrense. A modo de ejemplo me cita al hijo de Ramiro Valdés. “Si tú me preguntas de música cubana, yo no sé nada. Ni siquiera la sé bailar. Todo lo que nosotros oíamos era música norteamericana, extranjera. Todo el tiempo. Mira, el hijo de Ramiro Valdés era un fanático de Elton John. Hasta tenía los espejuelos como él y tocaba el piano. Pá qué decirte.”
La cosa es que por lo visto la farándula y el parrandeo hicieron que nuestro interlocutor terminara el preuniversitario con un bajísimo escalafón. “¿Bajo? No, el último de mi curso”, me aclaró semiorgulloso. Así que le cogió el Servicio Militar (Obligatorio) y nada más y nada menos que en Angola, cuando el apogeo de la guerra contra “los sudafricanos”, como los llamó. En el país africano sobrevivió 20 meses.
“Yo tengo medallas que no tiene el 90 por ciento de los cubanos que estuvieron en Angola”, me afirma orgulloso al tiempo que se para de la cama. Separa dos armarios. Mete las manos. Rastrea en ellos. Me alcanza cuatro cajitas plásticas de reverso negro y anverso transparente. “Esta es la Medalla del Valor Antonio Maceo. Esa la tienen muy pocos de los cubanos que lucharon en Angola. Esta es la Medalla del Valor Calixto García. Esa la tienen muchas más gentes.”
Nunca había tenido algo semejante en mis manos, y juro que lo que más me impresionó no fueron las medallas en sí, ni el haber reconocido en el grabado los rostros de los héroes de la guerra independentista, sino ver como la biografía de este cubano era tanto polvo como el que ahora yo persistentemente notaba en las cajitas plásticas. Todo para nada, para el anonimato, para el olvido, la miseria humana y la muerte civil.
“Y estas otras dos son dos medallas ni siquiera recuerdo porqué me la dieron.” Se trataba de dos galardones que reflejaban las banderas de Cuba y Angola, seguramente la conmemoración de algún aniversario común. “Lo que sí recuerdo es porqué me dieron la del Valor Antonio Maceo. Un BR3 se había quedado atrapado entre la línea de fuego nuestra y la de los sudafricanos”... Como no sé nada de armamento, pero sí soy un buen preguntador le indagué sobre qué era un BR3*, como creo me dijo se llamaba aquel blindado: “Es un carro con una ametralladora arriba”, me simplificó. “El chofer estaba herido y la tripulación también. Ya el carro había sido impactado por dos bazucasos. Yo fui en medio de un fuego cerrado y pude rescatar al carro y la tripulación.”
“Tenía 18 años cuando llegué a Angola”, me responde cuando le pregunto. Mi hijo, de 15, juega a un costado de la cama con la computadora de mi interlcutor, animando a uno de sus hijos. Cierro los ojos, pero no me atrevo a darle vuelo a la fantasía. Retorno inmediatamente a tierra: “Eras un niño, cuando más un adolescente.” “Así mismo.” Le indago sobre cómo él ve ahora, con el paso de tiempo y de la vida, su presencia en aquella guerra. Y me reconoce con voz casi inaudible: “¿qué te puedo decir? No había necesidad... Ahora, cuando estoy afuera, yo lo entiendo, ahora cuando puedo comparar.”
Él capta en mi pregunta un matiz más de lo que en verdad encerraba y me aclara, con un tono de seguridad y parsimonia sin par: “Mira, yo maté a mucha gente en Angola, y nunca he tenido ningún problema de la cabeza. He tenido amigos que al llegar a Cuba, cuando oían rechinar las gomas de un carro, se tiraban al piso, porque pesaban que era un tiroteo.”
Yo no soy psicólogo y nunca he matado a nadie; por lo primero y lo segundo, no puedo saber si el que mata deba o no sentir remordimiento, aunque sea en medio de una guerra abiertamente declarada. Lo que sí sé es que esa confesión me estremeció sin que una sola fibra de mi cuerpo lo reflejara; en el mismísimo fuero interno. ¿Es todo esto normal?
Me acordé de un analista cubano que alguna vez escribiera que Cuba está llena, repleta, pletórica de héroes, refiriéndose justamente a todos aquellos que como mi dialogador había batallado en Angola y otros confines del mundo. Me espanté ante este cuadro y sus consecuencias sociológicas, cuando una persona ante mis ojos con la frivolidad más calmosa del mundo me intima que el matar no le ha hecho estragos en su vida... ¡Qué tragedia la nuestra, con tantos héroes frustrados, tanto valor frío y tanta vacuidad sentimental!
Pero yo no estoy preguntando en ese momento para cuestionar, ni mucho menos humillar porque de eso ya se encarga nuestras propias biografías y los posos oscuros que en ellas subyacen; no, yo quiero solamente entender, si acaso saber. “¿Y después de Angola, qué hiciste?” Primero me cuenta que en realidad le debían una quinta medalla, otra del Valor Antonio Maceo, que no se la dieron porque ya estaba en Cuba, para luego decirme que estuvo un año sin hacer nada, vagabundeando tras regresar a la isla. Me imagino que debía tener entonces unos 20 años, y el fogaje de un cuarentón.
(Continuará...)
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Re: La seguridad del Estado y el Estado de Inseguridad
(SEGUNDA PARTE)
(www.miscelaneasdecuba.net).- Luego es el papá el que lo mete en el Ministerio del Interior. Primero está varios meses haciendo postas, de guardia. Es como el primer nivel en el rito del pasaje de los órganos de inteligencia.
Más tarde, no tengo preciso el año, pasa para KJ14, como me parece me dijo se llamaba esa sección de la Seguridad del Estado; en fin la que se dedicaba a “Chequeo”.
La faena era muy simple: “chequear”, esto es, no perderle pie ni pisada a los enemigos. ¿Quienes eran los enemigos? Pues, los funcionarios de la Embajada de E.U.A. y la oposición. Para que no haya duda de que conoce el tema y su artimaña, me menciona los nombres de Ricardo Bofíl, Gustavo Arcos Bergnes, y otros activistas pro derechos humanos de finales de los 70ª y principio de los 80ª. No tengo porqué dudar.
“Dime, ¿y alguna vez, en todos esos chequeos que tú hiciste, notaste algo extraño en la conducta de los funcionarios estadounidenses o de los opositores cubanos?” (Ya saben que soy preguntón, vicio antropológico). “¿Cómo que algo extraño?”, me pide matiz. “Algo digamos subversivo”, le matizo por lo claro. “No”, admite, “ellos hacían sus reuniones, tenían sus encuentros, y cosas así. Nosotros al final del día, cuando terminábamos de seguirlos, hacíamos un informe donde recogíamos incluso hasta dónde habían meado. Eso era todo.”
Le hago la pregunta de rigor: “¿y ahora pasado tantos años?”... Reconoce la sinrazón de aquella actividad pero como quien quiere salvar su pasado, reitera: “En aquellos tiempos yo estaba convencido de que estaba luchando contra el enemigo, de que estaba haciendo algo importante para mi país.” Lo dejo ahí; nadie quiere ver echar por tierra su ayer, y esa no es tampoco mi finalidad.
Sigo pues inquiriendo. A mi interlocutor lo mandan así a estudiar en una Academia Militar de la Unión Soviética. De él se pretenderá hacer un profesional de su rama y ramo. Pero logra permanecer solamente tres años en el país de la hoz y el martillo. El desmoronamiento paulatino e irreversible del bloque comunista a partir del 89, hace que las autoridades cubanas reculen y retornen a la Mayor de las Antillas a gran parte de su estudiantado. En ese bulto echan al héroe (literario) de este drama.
Aprovecho para fisgonear más, con una pregunta tonta: “Dime, tú estudiaste en aquella academia espionaje, contraespionaje y todas esas cosas, ¿qué porción de esa educación –luego me corregí- de esa preparación estaba dedicada a la lucha contra la contrarrevolución?”
Luego de confirmarme que había estudiado toda esa sarta de “asignaturas”, me dice sin acaso pensar: “Bastante”, y luego luego me aclara: “Pero los rusos no lo llamaban contrarrevolución, sino oposición. Es cuando llego a Cuba, cuando continúo mis dos años de estudio que me quedaban, que empecé a oír la palabra contrarrevolución en lugar de oposición.”
Yo tengo una imagen opaca, muy pero muy opaca de mi encuentro con mi interlocutor allá por el 89. Sé que cuando eso yo y familia vivíamos en el albergue estudiantil de Beringa No. 10, una pocilga asquerosa y ruinosa. Él era tan taciturno y seguramente creído que entre nosotros no funcionó ninguna química. Ni siquiera tengo un recuerdo de lo que pudimos haber hablado. En fin, lo único que nos unía, aparte de la inevitable cubanidad, era la amistad entre nuestras mitad naranjas. Eso era todo.
Vuelvo sobre la carga. “¿Entonces, llegaste a trabajar luego de terminar tus estudios?” Es justamente en este periodo de su vida cuando se empieza a torcer todo en lo que había creído. Cuando termina la carrera, lo ubican en la sede de la Seguridad del Estado del Municipio Boyeros (mentira, fue en otro municipio pero para despistar un poco escribo el de Boyeros, lo que en realidad, como verán en un santiamén, no cambia en nada el relato). “En cada municipio hay una sede de la Seguridad del Estado”, me ilustra. Ok.
Lo que pasa es que luego de tantos años de sacrificio y abnegación, de jugarse el pellejo en tierras lejanas y ajenas, y haberse quemado las pestañas tres años en el bolo* y dos en el hueco**, lo ponen a vigilar que si el panadero se roba el pan, que si el carnicero se roba la carne, que si el...
Eso lo frustra; se siente vejado: ¿y qué quedó de aquella historia de espías descubiertos y agentes encubiertos, de revelaciones estrambóticas? No obstante a ello, la labor de palo y estatequieto la continúa ejerciendo. Me comenta, como el que no quiere las cosas, que cuando el Maleconazo, los enviaron para allá para “calmar al pueblo” (fue la frase que usó).
* En el argot cubano, Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, URRS.
** En el argot cubano, Cuba.
(Continuará...).
(www.miscelaneasdecuba.net).- Luego es el papá el que lo mete en el Ministerio del Interior. Primero está varios meses haciendo postas, de guardia. Es como el primer nivel en el rito del pasaje de los órganos de inteligencia.
Más tarde, no tengo preciso el año, pasa para KJ14, como me parece me dijo se llamaba esa sección de la Seguridad del Estado; en fin la que se dedicaba a “Chequeo”.
La faena era muy simple: “chequear”, esto es, no perderle pie ni pisada a los enemigos. ¿Quienes eran los enemigos? Pues, los funcionarios de la Embajada de E.U.A. y la oposición. Para que no haya duda de que conoce el tema y su artimaña, me menciona los nombres de Ricardo Bofíl, Gustavo Arcos Bergnes, y otros activistas pro derechos humanos de finales de los 70ª y principio de los 80ª. No tengo porqué dudar.
“Dime, ¿y alguna vez, en todos esos chequeos que tú hiciste, notaste algo extraño en la conducta de los funcionarios estadounidenses o de los opositores cubanos?” (Ya saben que soy preguntón, vicio antropológico). “¿Cómo que algo extraño?”, me pide matiz. “Algo digamos subversivo”, le matizo por lo claro. “No”, admite, “ellos hacían sus reuniones, tenían sus encuentros, y cosas así. Nosotros al final del día, cuando terminábamos de seguirlos, hacíamos un informe donde recogíamos incluso hasta dónde habían meado. Eso era todo.”
Le hago la pregunta de rigor: “¿y ahora pasado tantos años?”... Reconoce la sinrazón de aquella actividad pero como quien quiere salvar su pasado, reitera: “En aquellos tiempos yo estaba convencido de que estaba luchando contra el enemigo, de que estaba haciendo algo importante para mi país.” Lo dejo ahí; nadie quiere ver echar por tierra su ayer, y esa no es tampoco mi finalidad.
Sigo pues inquiriendo. A mi interlocutor lo mandan así a estudiar en una Academia Militar de la Unión Soviética. De él se pretenderá hacer un profesional de su rama y ramo. Pero logra permanecer solamente tres años en el país de la hoz y el martillo. El desmoronamiento paulatino e irreversible del bloque comunista a partir del 89, hace que las autoridades cubanas reculen y retornen a la Mayor de las Antillas a gran parte de su estudiantado. En ese bulto echan al héroe (literario) de este drama.
Aprovecho para fisgonear más, con una pregunta tonta: “Dime, tú estudiaste en aquella academia espionaje, contraespionaje y todas esas cosas, ¿qué porción de esa educación –luego me corregí- de esa preparación estaba dedicada a la lucha contra la contrarrevolución?”
Luego de confirmarme que había estudiado toda esa sarta de “asignaturas”, me dice sin acaso pensar: “Bastante”, y luego luego me aclara: “Pero los rusos no lo llamaban contrarrevolución, sino oposición. Es cuando llego a Cuba, cuando continúo mis dos años de estudio que me quedaban, que empecé a oír la palabra contrarrevolución en lugar de oposición.”
Yo tengo una imagen opaca, muy pero muy opaca de mi encuentro con mi interlocutor allá por el 89. Sé que cuando eso yo y familia vivíamos en el albergue estudiantil de Beringa No. 10, una pocilga asquerosa y ruinosa. Él era tan taciturno y seguramente creído que entre nosotros no funcionó ninguna química. Ni siquiera tengo un recuerdo de lo que pudimos haber hablado. En fin, lo único que nos unía, aparte de la inevitable cubanidad, era la amistad entre nuestras mitad naranjas. Eso era todo.
Vuelvo sobre la carga. “¿Entonces, llegaste a trabajar luego de terminar tus estudios?” Es justamente en este periodo de su vida cuando se empieza a torcer todo en lo que había creído. Cuando termina la carrera, lo ubican en la sede de la Seguridad del Estado del Municipio Boyeros (mentira, fue en otro municipio pero para despistar un poco escribo el de Boyeros, lo que en realidad, como verán en un santiamén, no cambia en nada el relato). “En cada municipio hay una sede de la Seguridad del Estado”, me ilustra. Ok.
Lo que pasa es que luego de tantos años de sacrificio y abnegación, de jugarse el pellejo en tierras lejanas y ajenas, y haberse quemado las pestañas tres años en el bolo* y dos en el hueco**, lo ponen a vigilar que si el panadero se roba el pan, que si el carnicero se roba la carne, que si el...
Eso lo frustra; se siente vejado: ¿y qué quedó de aquella historia de espías descubiertos y agentes encubiertos, de revelaciones estrambóticas? No obstante a ello, la labor de palo y estatequieto la continúa ejerciendo. Me comenta, como el que no quiere las cosas, que cuando el Maleconazo, los enviaron para allá para “calmar al pueblo” (fue la frase que usó).
* En el argot cubano, Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, URRS.
** En el argot cubano, Cuba.
(Continuará...).
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Re: La seguridad del Estado y el Estado de Inseguridad
TERCERA PARTE
Le recordé al viejo. Me dice que el viejo en ese momento ya estaba desligado de todo e indiferente de lo que él hacía, que en realidad no tuvo ningún contratiempo; le aceptaron su solicitud sin más ni menos, en la cual él había indicado causas personales. Es así como se enrola en el turismo; trabaja para Habanatur, creo.
Algo antes ya había restablecido lazos amorosos con su ex novia rusa, con la cual procrean en Cuba. Ella pasa en la “Isla de la libertad” el hambre que nunca se había imaginado en su vida. Es el especial Periodo Especial, más exactamente del 92 al 94, cuando ya no aguanta más y se larga a la Rodina (patria).
La esposa me explica la situación en otro curso y discurso: “Mira, los pasajes para poder salir de Cuba, a la propia Rusia, costarían como 2 mil dólares. Ese dinero yo no lo podía reunir en toda mi vida en Cuba. Eso significa que iba a quedar presa en la isla, y yo no quería vivir en una prisión.”
En fin, ella logra marcharse, escaparse de la prisión. Como la vida es paradójica y no todo es humanamente explicable, ella es hoy simpatizante de los comunistas rusos, pero cuando un coterráneo le dice que la situación está mala en Rusia, ella solamente le espeta en cara: “Tú no sabes lo que es pasar hambre de verdad.”
Todo indica que mi interlocutor había quedado abandonado y con sus sueños caballerescos hecho añicos en Cuba. La salida, la única salida, es más que evidente: la salida... del país. Es entonces que maquina con la ayuda de su pareja un viaje “netamente de visita” a la federación rusa. Ese cuento nadie se lo cree. Se pelotea y lo pelotean porque su condición de ex seguroso no le da la oportunidad de la tarjeta blanca*.
“Fui a Inmigración de mi municipio y hablé personalmente con ¿? (no recuerdo el nombre que dijo). Nosotros nos conocíamos de cuando yo trabajaba en la Seguridad porque teníamos que colaborar constantemente. El tipo me enseñó mi pasaporte listo y todo. Pero me dijo que no podía hacer nada por mí, y que no saldría de Cuba de por vida. Imáginate yo llegué hasta el despacho del Ministro del Interior Abelardo Colomé Ibarra. Él no me atendió en persona pero sí su Jefe de Despacho.”
El resultado fue empero dondequiera el mismo: su partida estaba sellada con un rotundo NO.
* Permiso que los ciudadanos cubanos deben recibir de las autoridades para salir del país.
(Continuará...)
Le recordé al viejo. Me dice que el viejo en ese momento ya estaba desligado de todo e indiferente de lo que él hacía, que en realidad no tuvo ningún contratiempo; le aceptaron su solicitud sin más ni menos, en la cual él había indicado causas personales. Es así como se enrola en el turismo; trabaja para Habanatur, creo.
Algo antes ya había restablecido lazos amorosos con su ex novia rusa, con la cual procrean en Cuba. Ella pasa en la “Isla de la libertad” el hambre que nunca se había imaginado en su vida. Es el especial Periodo Especial, más exactamente del 92 al 94, cuando ya no aguanta más y se larga a la Rodina (patria).
La esposa me explica la situación en otro curso y discurso: “Mira, los pasajes para poder salir de Cuba, a la propia Rusia, costarían como 2 mil dólares. Ese dinero yo no lo podía reunir en toda mi vida en Cuba. Eso significa que iba a quedar presa en la isla, y yo no quería vivir en una prisión.”
En fin, ella logra marcharse, escaparse de la prisión. Como la vida es paradójica y no todo es humanamente explicable, ella es hoy simpatizante de los comunistas rusos, pero cuando un coterráneo le dice que la situación está mala en Rusia, ella solamente le espeta en cara: “Tú no sabes lo que es pasar hambre de verdad.”
Todo indica que mi interlocutor había quedado abandonado y con sus sueños caballerescos hecho añicos en Cuba. La salida, la única salida, es más que evidente: la salida... del país. Es entonces que maquina con la ayuda de su pareja un viaje “netamente de visita” a la federación rusa. Ese cuento nadie se lo cree. Se pelotea y lo pelotean porque su condición de ex seguroso no le da la oportunidad de la tarjeta blanca*.
“Fui a Inmigración de mi municipio y hablé personalmente con ¿? (no recuerdo el nombre que dijo). Nosotros nos conocíamos de cuando yo trabajaba en la Seguridad porque teníamos que colaborar constantemente. El tipo me enseñó mi pasaporte listo y todo. Pero me dijo que no podía hacer nada por mí, y que no saldría de Cuba de por vida. Imáginate yo llegué hasta el despacho del Ministro del Interior Abelardo Colomé Ibarra. Él no me atendió en persona pero sí su Jefe de Despacho.”
El resultado fue empero dondequiera el mismo: su partida estaba sellada con un rotundo NO.
* Permiso que los ciudadanos cubanos deben recibir de las autoridades para salir del país.
(Continuará...)
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Re: La seguridad del Estado y el Estado de Inseguridad
(4ta Parte)
Anjá, se dijo para sus adentros nuestro héroe, y enseguida buscó como hacer de ese No un Sí. Más o menos así, con mucho más que menos, me dijo: “Yo conocía en mi municipio a todo el mundo; quién vendía la leche ilegalmente, quién vendía la carne ilegalmente... Yo tenía a mi municipio en un puño; conocía a todito el mundo y en qué andaban."
"De la misma manera conocía quién se dedicaba al comercio de documentos falsos. Así que un día me le aparecí al tal fulano –él mismo no dijo el nombre esta vez- que por cierto ya se fue del país, y le pedí un pasaporte, diciéndole claramente que no lo quería gratis, que le iba a pagar. ‘Por ser tú, te lo doy en 800 dólares’, me dijo. Ese mismo día llamé a [...] a Rusia y a la semana yo tenía un pasaporte en la mano con mi foto y todo pero con otro nombre. Allí estaba el permiso de salida y todo lo que necesitaba para viajar a Rusia.”
Con la misma mi interlocutor arrancó para Cubana de Aviación donde adquirió su pasaje. “Te la jugaste toda”, le digo. “Sí, no tenía otra salida.” “Te hubieras muerto en una prisión.” “Segurísimo", me asegura el ex seguroso. Quedaba sólamente abandonar el país.
Vaya paradoja de la vida, pienso súbitamente, el desenmascarador de espías ahora convertido en un mismísimo agente. Lo más tragicómico de todo esto es constatar como la corrupción permea todo el sistema totalitario cubano, incluso sus órganos de inteligencia y contrainteligencia; como el capital que sus alineados adquieren en el quehacer represivo les sirve igualmente en cuanto quedan alienados.
Me confiesa que tuvo temor pasar por el aeropuerto, y yo le cazo al vuelo el miedo, ¿por qué? “Mira, muchas de las personas con las que yo había trabajado en KJ14, en 'Chequeo', las habían pasado para la sección de Chequeo del aeropuerto. Incluso, cuando yo acompañé a mi esposa, cuando iba de regreso a Rusia, a la salida me encontré con dos mujeres que habían trabajado conmigo. Así que te puedes imaginar lo nervioso que yo estaba.”
No obstante; logra su cometido. Pasado el control de pasaportes en Moscú, despedaza toda la documentación que le identifica y acompaña. Vuelve a nacer.
(Continuará...)
Anjá, se dijo para sus adentros nuestro héroe, y enseguida buscó como hacer de ese No un Sí. Más o menos así, con mucho más que menos, me dijo: “Yo conocía en mi municipio a todo el mundo; quién vendía la leche ilegalmente, quién vendía la carne ilegalmente... Yo tenía a mi municipio en un puño; conocía a todito el mundo y en qué andaban."
"De la misma manera conocía quién se dedicaba al comercio de documentos falsos. Así que un día me le aparecí al tal fulano –él mismo no dijo el nombre esta vez- que por cierto ya se fue del país, y le pedí un pasaporte, diciéndole claramente que no lo quería gratis, que le iba a pagar. ‘Por ser tú, te lo doy en 800 dólares’, me dijo. Ese mismo día llamé a [...] a Rusia y a la semana yo tenía un pasaporte en la mano con mi foto y todo pero con otro nombre. Allí estaba el permiso de salida y todo lo que necesitaba para viajar a Rusia.”
Con la misma mi interlocutor arrancó para Cubana de Aviación donde adquirió su pasaje. “Te la jugaste toda”, le digo. “Sí, no tenía otra salida.” “Te hubieras muerto en una prisión.” “Segurísimo", me asegura el ex seguroso. Quedaba sólamente abandonar el país.
Vaya paradoja de la vida, pienso súbitamente, el desenmascarador de espías ahora convertido en un mismísimo agente. Lo más tragicómico de todo esto es constatar como la corrupción permea todo el sistema totalitario cubano, incluso sus órganos de inteligencia y contrainteligencia; como el capital que sus alineados adquieren en el quehacer represivo les sirve igualmente en cuanto quedan alienados.
Me confiesa que tuvo temor pasar por el aeropuerto, y yo le cazo al vuelo el miedo, ¿por qué? “Mira, muchas de las personas con las que yo había trabajado en KJ14, en 'Chequeo', las habían pasado para la sección de Chequeo del aeropuerto. Incluso, cuando yo acompañé a mi esposa, cuando iba de regreso a Rusia, a la salida me encontré con dos mujeres que habían trabajado conmigo. Así que te puedes imaginar lo nervioso que yo estaba.”
No obstante; logra su cometido. Pasado el control de pasaportes en Moscú, despedaza toda la documentación que le identifica y acompaña. Vuelve a nacer.
(Continuará...)
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Re: La seguridad del Estado y el Estado de Inseguridad
(5ta Parte)
Hay varios hilos recurrentes en el modo de pensar (y actuar) de mi colocutor que con dificultad los ubico en el recto camino del relato. Por ello me veo obligado a desmarcarme algo de la linealidad natural de la narración.
Uno de ellos, llamémosle el justificante mayor de su historial, está relacionado con la explicación que todavía hoy en día, aunque no con el mismo énfasis, supongo, le da a su proceder como ex agente del servicio de inteligencia castrista.
El caso es el siguiente: en su manera de ver las cosas, -que recuerden es lo que buscaba entender y/o saber- todos los países tienen sus aparatos de seguridad. Y él fue simplemente un tornillo más de la maquinaria de inteligencia cubana. Hasta aquí; nada extraño. El asunto toma otro cariz cuando me dice que cada vez que un gobierno llega al poder, el mismo se encarga de encarar los servicios de seguridad contra su oposición política.
Aquí descansa pues el quid del problema, el principal nudo en el que se enredan los diferentes hilos del tejido que conforma la vida del ex agente. Esa visión maniqueísta de la función de los órganos de inteligencia, es la que justifica, en esencia, su proceder: en definitiva los E.U.A. vigilan al personal de la embajada de Cuba en el país norteño, me pone a modo de ejemplo. Para prueba, un botón...
Yo no busco convencer a mi dialogador, pero sí, como mínimo, remover los cimientos de su justificante andamiaje. No hay tiempo para perorata; hay que ser preciso y conciso.
Como por casualidad, le explico que sería un escándalo mundial si el actual gobierno de Suecia (azules oscuros y tenuos) ordenara a la SÄPO (el órgano de la seguridad estatal y ciudadana ) a espiar a sus oponentes políticos (rosados, rojos y verdes); que solamente una vez en la historia moderna del país nórdico, la inteligencia había espionado a una vertiente política (los comunistas); y esto, cuando sus lazos con la Meca del comunismo les consideraba una amenaza, ficticia o real, para la soberanía nacional.
Ya entramos, queriéndolo o no, en el terreno de las deliberaciones. Con el poco magisterio que domino, me apresto a exponer un esquema diferente, acaso menos cuadrado, que el que el ex agente me adelantó. Los aparatos de seguridad funcionan, ciertamente, en un marco ideológico y sirven, en última instancia, a intereses específicos.
El marco ideológico en que se desenvuelve el aparato estadounidense, difiere por ejemplo del cubano; como también son divergentes los intereses a los que sirven en última instancia. Y esto, ojo, aunque en ambos casos se alegue al mismo objeto y sujeto de su labor: salvaguardar la soberanía nacional.
Pues, la soberanía nacional en E.U.A. coincide, dado principios democráticos vigentes y practicables, con la soberanía popular; en Cuba, por el contrario, la soberanía nacional es patrimonio de la dictadura, dados principios antidemocráticos vigentesy practicables.
En fin, que los agentes que, engañados o no, dicen proteger la soberanía nacional de Cuba, lo que en realidad están haciendo, en última instancia, es sirviendo a los intereses de la cúpula dictatorial.
Mi interlocutor asiente aprobatoriamente.
(Continuará...)
Hay varios hilos recurrentes en el modo de pensar (y actuar) de mi colocutor que con dificultad los ubico en el recto camino del relato. Por ello me veo obligado a desmarcarme algo de la linealidad natural de la narración.
Uno de ellos, llamémosle el justificante mayor de su historial, está relacionado con la explicación que todavía hoy en día, aunque no con el mismo énfasis, supongo, le da a su proceder como ex agente del servicio de inteligencia castrista.
El caso es el siguiente: en su manera de ver las cosas, -que recuerden es lo que buscaba entender y/o saber- todos los países tienen sus aparatos de seguridad. Y él fue simplemente un tornillo más de la maquinaria de inteligencia cubana. Hasta aquí; nada extraño. El asunto toma otro cariz cuando me dice que cada vez que un gobierno llega al poder, el mismo se encarga de encarar los servicios de seguridad contra su oposición política.
Aquí descansa pues el quid del problema, el principal nudo en el que se enredan los diferentes hilos del tejido que conforma la vida del ex agente. Esa visión maniqueísta de la función de los órganos de inteligencia, es la que justifica, en esencia, su proceder: en definitiva los E.U.A. vigilan al personal de la embajada de Cuba en el país norteño, me pone a modo de ejemplo. Para prueba, un botón...
Yo no busco convencer a mi dialogador, pero sí, como mínimo, remover los cimientos de su justificante andamiaje. No hay tiempo para perorata; hay que ser preciso y conciso.
Como por casualidad, le explico que sería un escándalo mundial si el actual gobierno de Suecia (azules oscuros y tenuos) ordenara a la SÄPO (el órgano de la seguridad estatal y ciudadana ) a espiar a sus oponentes políticos (rosados, rojos y verdes); que solamente una vez en la historia moderna del país nórdico, la inteligencia había espionado a una vertiente política (los comunistas); y esto, cuando sus lazos con la Meca del comunismo les consideraba una amenaza, ficticia o real, para la soberanía nacional.
Ya entramos, queriéndolo o no, en el terreno de las deliberaciones. Con el poco magisterio que domino, me apresto a exponer un esquema diferente, acaso menos cuadrado, que el que el ex agente me adelantó. Los aparatos de seguridad funcionan, ciertamente, en un marco ideológico y sirven, en última instancia, a intereses específicos.
El marco ideológico en que se desenvuelve el aparato estadounidense, difiere por ejemplo del cubano; como también son divergentes los intereses a los que sirven en última instancia. Y esto, ojo, aunque en ambos casos se alegue al mismo objeto y sujeto de su labor: salvaguardar la soberanía nacional.
Pues, la soberanía nacional en E.U.A. coincide, dado principios democráticos vigentes y practicables, con la soberanía popular; en Cuba, por el contrario, la soberanía nacional es patrimonio de la dictadura, dados principios antidemocráticos vigentesy practicables.
En fin, que los agentes que, engañados o no, dicen proteger la soberanía nacional de Cuba, lo que en realidad están haciendo, en última instancia, es sirviendo a los intereses de la cúpula dictatorial.
Mi interlocutor asiente aprobatoriamente.
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Re: La seguridad del Estado y el Estado de Inseguridad
(6ta Parte)
El otro hilo, cuya punta, emerge aquí, allá y acullá para desaparecer con la misma, en el tapíz de la conversación, es el de la famosa Causa 1/89; esto es, la que llevó al General Arnaldo Ochoa y a otros más, al pelotón de fusilamiento.
En nuestras vidas, cualesquiera sean las causas a las que hayamos servido, tenemos momentos heroicos y sublimes de los cuales difícilmente podamos desistir. Pues bien, toda vez que mi compañero de charla quería resaltar la época de esplendor de la Seguridad de Estado cubana (y de la cual fuera y se sentía parte), él se refería a un antes y un después de la causa Ochoa/hermanos de la Guardia. Cosa que hacía, subrayo, en tono profusamente nostálgico.
No hay necesidad de disertar sobre el histórico episodio, pues todos sabemos bastante sobre él. Ahora bien, lo más importante a resaltar, es el cambio estructural que se dio a raíz de aquellos acontecimientos en el aparato represivo castrense, lo cual se manifestó en la práctica en que las Fuerzas Armadas Revolucionarias, FAR, subordinaron al Ministerio del Interior, MININT.
En la cosmovisión de mi interlocutor, dicha reestructuración significó el final del encumbramiento de la inteligencia castrista, porque como él mismo describió a la ligera la situación: “tú no puedes poner a un panadero de lechero y viceversa.” Ese cambio, según su manera de ver las cosas, fue un parteaguas en el nivel de profesionalidad de los agentes cubanos. En fin, a partir de entonces, nuestros David se convirtieron en meros agentuelos que con torpeza “chequeaban” a un disidente.
Es por ello que cuando le cuento que he visto fotos en las que Martha Beatriz Roque Cabello, y otros disidentes, en viajes a provincia, han plasmado a todas luces y vistas a sus perseguidores, él me dice que eso no hubiera ocurrido en los tiempos -léase, sus tiempos- en que el MININT era una verdadera cueva de profesionales. O sea, que ahora nos la tenemos que ver con una sarta de amateurs dizque de (la) inteligencia.
(Continuará...).
http://www.miscelaneasdecuba.net/web/folder.asp?folderID=89
El otro hilo, cuya punta, emerge aquí, allá y acullá para desaparecer con la misma, en el tapíz de la conversación, es el de la famosa Causa 1/89; esto es, la que llevó al General Arnaldo Ochoa y a otros más, al pelotón de fusilamiento.
En nuestras vidas, cualesquiera sean las causas a las que hayamos servido, tenemos momentos heroicos y sublimes de los cuales difícilmente podamos desistir. Pues bien, toda vez que mi compañero de charla quería resaltar la época de esplendor de la Seguridad de Estado cubana (y de la cual fuera y se sentía parte), él se refería a un antes y un después de la causa Ochoa/hermanos de la Guardia. Cosa que hacía, subrayo, en tono profusamente nostálgico.
No hay necesidad de disertar sobre el histórico episodio, pues todos sabemos bastante sobre él. Ahora bien, lo más importante a resaltar, es el cambio estructural que se dio a raíz de aquellos acontecimientos en el aparato represivo castrense, lo cual se manifestó en la práctica en que las Fuerzas Armadas Revolucionarias, FAR, subordinaron al Ministerio del Interior, MININT.
En la cosmovisión de mi interlocutor, dicha reestructuración significó el final del encumbramiento de la inteligencia castrista, porque como él mismo describió a la ligera la situación: “tú no puedes poner a un panadero de lechero y viceversa.” Ese cambio, según su manera de ver las cosas, fue un parteaguas en el nivel de profesionalidad de los agentes cubanos. En fin, a partir de entonces, nuestros David se convirtieron en meros agentuelos que con torpeza “chequeaban” a un disidente.
Es por ello que cuando le cuento que he visto fotos en las que Martha Beatriz Roque Cabello, y otros disidentes, en viajes a provincia, han plasmado a todas luces y vistas a sus perseguidores, él me dice que eso no hubiera ocurrido en los tiempos -léase, sus tiempos- en que el MININT era una verdadera cueva de profesionales. O sea, que ahora nos la tenemos que ver con una sarta de amateurs dizque de (la) inteligencia.
(Continuará...).
http://www.miscelaneasdecuba.net/web/folder.asp?folderID=89
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