La Verdad desafía al Gustav.

Era presumible, es sencillamente una admonición tan visible con antelación como las cifras de producciones éxitosas que publica el diario Granma cada mañana. Llámese Gustav, Juana o su hermana, cualquier fenómeno meteorológico que fije en su azarosa trayectoria la isla de Cuba tendrá efectos devastadores por razones obvias. Unos le llaman infortunio, otros centran su atención en las impactantes imágenes de las ruinas de miles de hogares de la áreas afectadas por el huracán, otros en gestos dignos de admiración organizan proyectos de ayuda a los damnificados, pero la realidad está algo más allá de las imágenes o los titulares tras el paso de la borrasca. La verdad como verdadera sobreviviente del Gustav emerge entre los amasijos de troncos, ladrillos, zinc y disímiles objetos vapuleados por rachas de hasta trescientos cuarenta kilómetros por hora, para mostrarse tal cual es. En Cuba la población vive en condiciones de verdadera pobreza. En el paraíso proletario tras cincuenta años de sacrificio en pos del proyecto castrista el obrero no tiene derecho a una vivienda digna, es poseedor usando el término más apropiado de una chabola.
La maltratada ínsula caribeña rivaliza en índices de vivienda y ocupación con sus vecinos Haití y República Dominicana y esta afirmación no es expresada desde una postura politizada, salta a la vista, sólo deténganse unos instantes en las imágenes de los efectos del siniestro. Es sencillamente vergonzoso por no llamar insultante el observar las condiciones en que malviven la mayor parte de los cubanos. Y esta categoría no es aplicable solamente a la más occidental de las provincias tan víctima de nuestras bromas habituales pero hoy más que nunca arropada por la tristeza de nuestros corazones, cualquier trayectoria de un meteoro de características similares que atraviese nuestra isla provocará similares efectos, porque la República de Cuba es un lamentable amasijo de pobreza.
El putrefacto en vida dictador y esta tampoco es una afirmación politizada, me refiere a su hedor real, ha dispuesto siempre al alcance de su mano de dos excusas para justificar sus incontables fracasos, en primer lugar el cacareado bloqueo estadounidense habitualmente el más usado y en segundo, los huracanes. Años atrás el dictador usaba las galernas como si del Granma se tratara, tras una merienda adecuada cabalgaba en una BTR con ínfulas quijotescas por las zonas del desastre de turno, culpando a cuanto huracán tuviera a mano de sus propios yerros como mandatario. Los cubanos de a pie, desinformados, manipulados, mantenidos en una pobreza perenne para conservarle controlados, se agrupaban al paso del dictador coreando el nombre de la causa de sus problemas y alguna que otra viejecilla salía de entre la multitud a besar al equino verdeolivo. Los medios televisivos se hacían eco del evento durante algunos días, hasta que el director en jefe del estado de los proletarios destinaba algunas planchas de zinc, insuficientes por supuesto y adiós, huracán salvador de la incompetencia gubernamental.
Los que aun predican el igualitarismo del sistema, deben dar una ojeada por los fastuosos repartos donde reside la cúpula gubernamental. Sólidas mansiones a salvo de huracanes o de cualquier desastre alojan a sus familias en condiciones de vida que no tienen nada que envidiar a los multimillonarios de la lista de Forbes. Los que un día arribaron en una caravana a la capital, con demagogia y fusil de gatillo ligero, no hicieron otra cosa con el paso de años que aplicar la fórmula arrabalera de "quítate tú, pá ponerme yo". Las mansiones de las acaudaladas familias de la capital fueron ocupadas por los nuevos arribistas cuyo único caudal real era una pesada carga de plomo, que en forma de proyectiles no se detenía en pequeñeces a la hora de escenificar paredones. El resultado es evidente, la historia de corrupción gubernamental no cesó en 1959 con el derrocamiento de la dictadura de Fulgencio Batista y Zaldívar, el latrocinio como punta de lanza aniquilando la constitucionalidad de nuestra república no hizo otra cosa que aumentar y las diferencias sociales son hoy día tan brutales, que el término abismal es cuando menos infantil. En Cuba no ha habido una revolución, en nuestra patria se ha escenificado el hurto al descuido de proporciones monumentales más escándoloso del siglo XX, se le ha robado la libertad y los derechos a un pueblo con el uso de la coerción, hemos sido víctimas de una infamia. Esta vez fue el Gustav, una vez fue Flora, Vilma, Enma y cientos de tormentas bautizadas que han pasado sobre el territorio de nuestra amada isla con mayor o menor intensidad, pero no se afane usted en buscar respuestas o soluciones en el cambio climático, la ONU, ONG o estadísticas meteorológicas, el problema cardinal de Cuba entró a la capital de la república el nefasto enero de 1959 y aun se mantiene revoloteando sobre nuestro territorio como el ave negra del infortunio: Fidel Castro y su camarilla.
Lea usted el Granma de hoy en su versión digital y sonría a placer, "Visita a Cuba el presidente de Timor Leste", señalando más adelante que el excelentísimo señor Horta donó 500 000 dólares para sufragar gastos en la reconstrucción tras el paso del huracán. ¿Timor Leste?. Más como cultura geográfica que otra cosa rebusque en un Atlas Mundial y verá usted quienes nos visitan hoy en día, indudablemente el tiranozuelo por sustitución engrosará su cuenta personal con medio millón de dólares, además de que es posible que a falta de azúcar para vender, esté enfrascado en un proyecto de venta de sándalo al por mayor para ambientar las mansiones de su colega venezolano, el simiesco Chávez.
Por ello, tras observar las imágenes del desastre y apreciar realmente conmovido el gesto de miles de coterráneos en organizar ayudas para paliar los efectos del devastador huracán aun desafiando al despótico régimen de La Habana arribo a una conclusión definitiva: Cuba necesita por encima de todo, esa condición etérea, impalpable, pero tan real como una de nuestras palmas, la libertad y sólo nosotros tenemos la posibilidad de llegar a concretarla, paso a paso, acción tras acción.

Patrio