Agueda
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Agueda
Agueda reza entre susurros y relámpagos que pugnan con las tinieblas de la madrugada. A través de una hendija en la puerta contempla la batalla entre la senil mata de mangos del patio y las rachas del huracán. La pequeña cocina sirve de improvisado búnker ante la furia de los elementos, gracias a las paredes de bloques y techo de concreto. El resto de la vieja casona fue cediendo con el paso de las horas, el salón, los dormitorios y el baño cayeron ante los vientos de más de trescientos kilómetros por hora, como soldados de línea. La cocina es la última línea de resistencia, una especie de Iwojima tropical. La anciana observa la ira de la naturaleza pero le embarga la calma de los desposeídos, esa capacidad de resistir la adversidad ignorándola, ese carácter que sólo se logra cuando en el corazón no queda sentimiento que robar por la tristeza, cuando las lágrimas se vierten hacia adentro a buscar el refugio de los recuerdos, ese remanso de paz de los que se saben sin futuro.
Un candil de aceite le permite ver con dificultad el refugio de cuatro metros cuadrados donde logró preservar sus más queridas pertenencias, pocas por cierto. Algunos libros de su época de maestra, la escasa ración de comida, agua, el radio de pilas, Roco, un sabueso de raza indefinida que se acurruca entre sus piernas y la fotografía de los dos hijos que le sonríen desde el rincón, ajenos a la tempestad. Es lo único que ha podido salvar del desatre y se siente agradecida, otros quizás no han podido salvar nada. Los huracanes son crueles, roban paredes, techos, retratos y a veces hasta vidas.
El aullido del viento es atenuado por las paredes y los retumbantes truenos que se suceden uno tras otro. El taburete que le sirve de asiento es incómodo pero resistente, un regalo especial del difunto Roberto, su esposo. Se inclina con dificultad y recoge las chancletas de palo, pues en el suelo unos tres centímetros de agua parduzca arrastran a placer todo lo capaz de flotar. Las seca y les sonríe antes de colocarla junto a sus pies que protege sobre una caja de naranjas, compartiendo el calor del cuerpo de Roco. Nadie en el pueblo tiene unas chancletas de palo de caoba. Su hijo menor se las hizo justo un mes antes irse con el hermano a los Estados Unidos. Lo recuerda como si fuera hoy, dándole forma de un pie a una tabla náufraga de una vieja vitrina de robusta madera, impasible ante los consejos de la anciana de que la caoba era demasiado dura para unas chancletas y que resbalarían mucho. Pero la perseverancia y la inventiva hicieron el milagro, le bastó para la terminación los restos de una cámara de neumático y dos cintas de reluciente latón con las que protegen las cajas, concluyéndolas con zuelas de goma, pegadas gracias a la generosidad de un amigo propietario de un taller de zapatos clandestino. Una tarde con la magia del encanto, estaban en sus manos envueltas por una sonrisa, dos relucientes chancletas de palo con zuelas de goma, con una adherencia y frenada similar a un Ferrari. No le quedó otro remedió que besar al hijo, que ya por esos días terminaba con el hermano, la balsa con la que apenas un mes más tarde se lanzaron al mar en busca de una vida mejor.
El cansancio de las horas en vela hacen mella en cada músculo del cuerpo, pero el huracán se lleva hasta el sueño. Alcanza el destartalado radio VEF, vestigio de la era soviética y la voz del locutor de una emisora nacional irrumpe en el refugio: "Según el último parte del Instituto de Meteorolgía el huracán Gustav ha tocado tierra por la costa sur de la provicia de Pinar del Río con vientos sostenidos de trescientos kilómetros por hora avanzado en dirección noroeste. La Dirección Nacional de la Defensa Civil ha indicado que la población debe evitar abandonar las casas y estar prestos a la evacuación". Junto a la voz del locutor comienza a percibir el sonido del agua que más que estancada fluye bajo sus pies y que ha subido algunos centímetros más en la última hora. Evita pensar que la crecida del río llegue hasta los restos de lo que fue su casa, porque está enclavada en la parte más alta del pueblo y jamás ha llegado hasta aquí, ni siquiera cuando el huracán de 1944. Un estrépito le indica que la mata de mangos se ha rendido y con el resplandor de los relámpagos como cómplice, confirma a través de la ranura su presagio. Ha caido en dirección contraria a la cocina, mostrándole a la anciana un amasijo de raíces como brazos apuntando en todas direcciones.
Una mirada a la foto de los hijos sonrientes le ofrece una relativa calma. Un leve movimiento del dial inunda la cocina con la voz de Radio Martí: "Cuba resiste a duras penas los embates de Gustav. Periodistas acreditados apuntan un verdadero desastre de su paso por Isla de Pinos, con miles de casas destruídas y pérdidas de cosechas. El gobierno de La Habana elude cifras reales de damnificados, mientras el meteoro alcanza la costa de Pinar del Río". Quizás sus hijos en Miami estén escuchando la misma emisora, seguro los sonrientes jóvenes de la fotografía estén pensando en ella, se siente protegida. Piensa en cual es la diferencia entre esos cubanos que hablan del desastre a uno y otro lado del estrecho, todos realmente preocupados, corazones en vilo separados por ideologías. Debe ser que las ideologías son también como los huracanes, se llevan vidas, roban infancias y recuerdos, separan familias y hermanos, enfrentan hombres que un día fueron niños y corrieron juntos tras un cometa como si intentaran atrapar el sol. Hay huracanes hasta de fuerza cinco, según esa categoría de nombre raro que bien habrían podido llamarla Pérez o Rodríguez, al menos durante su paso por el Caribe. ¿.Quién es Saffir o Simpson para ponerle categoría a nuestras tormentas?. Los huracanes debían tener categoría Gutiérrez o Ramírez, ¿no?. El taburete sufre una escora de 90º grados y comienza a flotar a merced de la ríada que invade la cocina. Las chancletas de palo resisten semihundidas a la inundación, convertidas en emergentes competidoras de la Kon- Tiki, como si el nórdico Thor Heyendhal se plantara sobre ellas en busca de la ruta prehispánica.
El nivel del agua sube en proporción a la desolación, alcanza el medio metro. Agueda se desplaza con sus pertenencias sobre la estructura de bloques que sostiene la cocina, un rectángulo de casi dos metros de largo por sesenta centímetros de ancho recubierta de plaquetas, que en Cuba comúnmente se le llama "meseta", que le sirve de improvisada litera. Roco se muestra inquieto ante la inminencia y busca amparo junto a su dueña.
Amanece y la altura del agua rebasa el metro. Los truenos ceden protagonismo al viento que al pasar entre el entramado de tablas desplomadas emiten una macabra sinfonía de silbidos, el requiem del desastre. Preocupada, piensa si no debió obedecer la orden de evacuación antes de la tempestad, más ahora que el nivel de las aguas alcanza cotas nunca vistas. No debió esconderse para permanecer junto a la vieja casona, aunque en ella encerraba su vida en recuerdos, sobre cada pared y cada mueble estaban los besos y abrazos de toda su familia. ¿Acaso una madre se separa de eso?. Agudiza el oído pero sólo escucha al viento huracanado enfrascado en la destrucción.
Sintoniza otra vez la radio.-"El Instituto Nacional de Meteorología en su último parte de las 06:00 horas de hoy, ubicó al huracán Gustav en aguas del Golfo de México, aunque fuertes vientos e intensas precipitaciones golpean a la más occidental de las provincias cubanas. Por otra parte, la dirección del Partido garantiza la inmediata recuperación de los servicios afectados, a la par que hace énfasis en la disposición de entregar a los damnificados las reservas alimenticias del ejército para palear los efectos del desastre"-. Un movimiento al dial y de nuevo Radio Martí: - "El gobierno de La Habana disfraza la verdadera cuantía del desastre, según fuentes no gubernamentales la situación en las zonas afectadas es realmente catastrófica. La ayuda a zonas afectadas se ha puesto en marcha de inmediato a través de diversas ONG, mientras el actual ministro en sustitución del gobierno cubano permanece alejado de los principales medios de difusión"-. Apaga la radio y observa los rostros sonrientes de sus vástagos mientras acaricia la fotografía como si les amamantara en la distancia. El más pequeño ya se casó y tiene una hijita que se parece a una de esas artistas americanas. Triste país que lanza sus hijos al mar, que nutren con su fértil savia tierra extrañas, triste pueblo con tanta mentira en las entrañas. ¿Acaso los huracanes no pueden llevarse también la mentira?. Dios mío, ¿acaso los huracanes tendrán que hacer que hacer lo que no ha podido el decoro de nuestros hijos?
El agua alcanza el borde la meseta. Roco tiembla entre los brazos de Agueda quien ve reducirse hora tras hora su espacio y sus esperanzas. Media hora más tarde el agua le cubre las piernas, aferrando con ambos brazos al perro y la fotografía. La vieja radio de pilas se ladea y desaparece entre las aguas llevándose a los locutores de ambas orillas de un mundo en desacuerdo. La inundación prosigue su curso ajena a criterios y consignas. Agueda cae en una especie de estupor propio de la hipotermia, que no le impide escuchar unos gritos entre el silbido del viento y los ladridos desesperados de Roco.
- ¡Vieja!, ¿hay alguien ahí?
Unos fuertes empujones hacen ceder la puerta y dejan ver los rostros de dos jóvenes junto a un bote anaranjado. Tras rescatar a Roco que prosigue ladrando en la embarcación, se las arreglan con rapidez para subir a la anciana que aprieta un retrato a su pecho. La acomodan y la cubren con una manta y un plástico que la protegen del aguacero. Temblorosa, no da crédito al dantesco paisaje que se descubre ante sus ojos. De lo que fue su casa, apenas sobresalen algunos horcones y el resto del pueblo totalmente sumergido. Uno de los jóvenes le ofrece un termo de té caliente, mientras le explica que los vecinos evacuados le comunicaron que ella no estaba entre ellos y lo que les impulsó a regresar a la zona.
- ¿Son sus hijos?- pregunta el joven con una sonrisa similar a los de la fotografía.
Asiente con una sonrisa a medias, de esas que se quedan en un limbo intermedio entre la desidia y la ausencia. La embarcación gira junto a la parte emergida de la cocina. Ella observa los restos y tiene un último pensamiento para su viejo radio de pilas donde escuchó tantas novelas tarde tras tarde. Quizás bajo la masa de agua parduzca repleta de restos prosigan los locutores de ambas orillas enfrascados en defender sus razones, quizás ya ajenos por los años de refriega de los verdaderos intereses de un pueblo hastiado de tanta miseria.
Patrio
Un candil de aceite le permite ver con dificultad el refugio de cuatro metros cuadrados donde logró preservar sus más queridas pertenencias, pocas por cierto. Algunos libros de su época de maestra, la escasa ración de comida, agua, el radio de pilas, Roco, un sabueso de raza indefinida que se acurruca entre sus piernas y la fotografía de los dos hijos que le sonríen desde el rincón, ajenos a la tempestad. Es lo único que ha podido salvar del desatre y se siente agradecida, otros quizás no han podido salvar nada. Los huracanes son crueles, roban paredes, techos, retratos y a veces hasta vidas.
El aullido del viento es atenuado por las paredes y los retumbantes truenos que se suceden uno tras otro. El taburete que le sirve de asiento es incómodo pero resistente, un regalo especial del difunto Roberto, su esposo. Se inclina con dificultad y recoge las chancletas de palo, pues en el suelo unos tres centímetros de agua parduzca arrastran a placer todo lo capaz de flotar. Las seca y les sonríe antes de colocarla junto a sus pies que protege sobre una caja de naranjas, compartiendo el calor del cuerpo de Roco. Nadie en el pueblo tiene unas chancletas de palo de caoba. Su hijo menor se las hizo justo un mes antes irse con el hermano a los Estados Unidos. Lo recuerda como si fuera hoy, dándole forma de un pie a una tabla náufraga de una vieja vitrina de robusta madera, impasible ante los consejos de la anciana de que la caoba era demasiado dura para unas chancletas y que resbalarían mucho. Pero la perseverancia y la inventiva hicieron el milagro, le bastó para la terminación los restos de una cámara de neumático y dos cintas de reluciente latón con las que protegen las cajas, concluyéndolas con zuelas de goma, pegadas gracias a la generosidad de un amigo propietario de un taller de zapatos clandestino. Una tarde con la magia del encanto, estaban en sus manos envueltas por una sonrisa, dos relucientes chancletas de palo con zuelas de goma, con una adherencia y frenada similar a un Ferrari. No le quedó otro remedió que besar al hijo, que ya por esos días terminaba con el hermano, la balsa con la que apenas un mes más tarde se lanzaron al mar en busca de una vida mejor.
El cansancio de las horas en vela hacen mella en cada músculo del cuerpo, pero el huracán se lleva hasta el sueño. Alcanza el destartalado radio VEF, vestigio de la era soviética y la voz del locutor de una emisora nacional irrumpe en el refugio: "Según el último parte del Instituto de Meteorolgía el huracán Gustav ha tocado tierra por la costa sur de la provicia de Pinar del Río con vientos sostenidos de trescientos kilómetros por hora avanzado en dirección noroeste. La Dirección Nacional de la Defensa Civil ha indicado que la población debe evitar abandonar las casas y estar prestos a la evacuación". Junto a la voz del locutor comienza a percibir el sonido del agua que más que estancada fluye bajo sus pies y que ha subido algunos centímetros más en la última hora. Evita pensar que la crecida del río llegue hasta los restos de lo que fue su casa, porque está enclavada en la parte más alta del pueblo y jamás ha llegado hasta aquí, ni siquiera cuando el huracán de 1944. Un estrépito le indica que la mata de mangos se ha rendido y con el resplandor de los relámpagos como cómplice, confirma a través de la ranura su presagio. Ha caido en dirección contraria a la cocina, mostrándole a la anciana un amasijo de raíces como brazos apuntando en todas direcciones.
Una mirada a la foto de los hijos sonrientes le ofrece una relativa calma. Un leve movimiento del dial inunda la cocina con la voz de Radio Martí: "Cuba resiste a duras penas los embates de Gustav. Periodistas acreditados apuntan un verdadero desastre de su paso por Isla de Pinos, con miles de casas destruídas y pérdidas de cosechas. El gobierno de La Habana elude cifras reales de damnificados, mientras el meteoro alcanza la costa de Pinar del Río". Quizás sus hijos en Miami estén escuchando la misma emisora, seguro los sonrientes jóvenes de la fotografía estén pensando en ella, se siente protegida. Piensa en cual es la diferencia entre esos cubanos que hablan del desastre a uno y otro lado del estrecho, todos realmente preocupados, corazones en vilo separados por ideologías. Debe ser que las ideologías son también como los huracanes, se llevan vidas, roban infancias y recuerdos, separan familias y hermanos, enfrentan hombres que un día fueron niños y corrieron juntos tras un cometa como si intentaran atrapar el sol. Hay huracanes hasta de fuerza cinco, según esa categoría de nombre raro que bien habrían podido llamarla Pérez o Rodríguez, al menos durante su paso por el Caribe. ¿.Quién es Saffir o Simpson para ponerle categoría a nuestras tormentas?. Los huracanes debían tener categoría Gutiérrez o Ramírez, ¿no?. El taburete sufre una escora de 90º grados y comienza a flotar a merced de la ríada que invade la cocina. Las chancletas de palo resisten semihundidas a la inundación, convertidas en emergentes competidoras de la Kon- Tiki, como si el nórdico Thor Heyendhal se plantara sobre ellas en busca de la ruta prehispánica.
El nivel del agua sube en proporción a la desolación, alcanza el medio metro. Agueda se desplaza con sus pertenencias sobre la estructura de bloques que sostiene la cocina, un rectángulo de casi dos metros de largo por sesenta centímetros de ancho recubierta de plaquetas, que en Cuba comúnmente se le llama "meseta", que le sirve de improvisada litera. Roco se muestra inquieto ante la inminencia y busca amparo junto a su dueña.
Amanece y la altura del agua rebasa el metro. Los truenos ceden protagonismo al viento que al pasar entre el entramado de tablas desplomadas emiten una macabra sinfonía de silbidos, el requiem del desastre. Preocupada, piensa si no debió obedecer la orden de evacuación antes de la tempestad, más ahora que el nivel de las aguas alcanza cotas nunca vistas. No debió esconderse para permanecer junto a la vieja casona, aunque en ella encerraba su vida en recuerdos, sobre cada pared y cada mueble estaban los besos y abrazos de toda su familia. ¿Acaso una madre se separa de eso?. Agudiza el oído pero sólo escucha al viento huracanado enfrascado en la destrucción.
Sintoniza otra vez la radio.-"El Instituto Nacional de Meteorología en su último parte de las 06:00 horas de hoy, ubicó al huracán Gustav en aguas del Golfo de México, aunque fuertes vientos e intensas precipitaciones golpean a la más occidental de las provincias cubanas. Por otra parte, la dirección del Partido garantiza la inmediata recuperación de los servicios afectados, a la par que hace énfasis en la disposición de entregar a los damnificados las reservas alimenticias del ejército para palear los efectos del desastre"-. Un movimiento al dial y de nuevo Radio Martí: - "El gobierno de La Habana disfraza la verdadera cuantía del desastre, según fuentes no gubernamentales la situación en las zonas afectadas es realmente catastrófica. La ayuda a zonas afectadas se ha puesto en marcha de inmediato a través de diversas ONG, mientras el actual ministro en sustitución del gobierno cubano permanece alejado de los principales medios de difusión"-. Apaga la radio y observa los rostros sonrientes de sus vástagos mientras acaricia la fotografía como si les amamantara en la distancia. El más pequeño ya se casó y tiene una hijita que se parece a una de esas artistas americanas. Triste país que lanza sus hijos al mar, que nutren con su fértil savia tierra extrañas, triste pueblo con tanta mentira en las entrañas. ¿Acaso los huracanes no pueden llevarse también la mentira?. Dios mío, ¿acaso los huracanes tendrán que hacer que hacer lo que no ha podido el decoro de nuestros hijos?
El agua alcanza el borde la meseta. Roco tiembla entre los brazos de Agueda quien ve reducirse hora tras hora su espacio y sus esperanzas. Media hora más tarde el agua le cubre las piernas, aferrando con ambos brazos al perro y la fotografía. La vieja radio de pilas se ladea y desaparece entre las aguas llevándose a los locutores de ambas orillas de un mundo en desacuerdo. La inundación prosigue su curso ajena a criterios y consignas. Agueda cae en una especie de estupor propio de la hipotermia, que no le impide escuchar unos gritos entre el silbido del viento y los ladridos desesperados de Roco.
- ¡Vieja!, ¿hay alguien ahí?
Unos fuertes empujones hacen ceder la puerta y dejan ver los rostros de dos jóvenes junto a un bote anaranjado. Tras rescatar a Roco que prosigue ladrando en la embarcación, se las arreglan con rapidez para subir a la anciana que aprieta un retrato a su pecho. La acomodan y la cubren con una manta y un plástico que la protegen del aguacero. Temblorosa, no da crédito al dantesco paisaje que se descubre ante sus ojos. De lo que fue su casa, apenas sobresalen algunos horcones y el resto del pueblo totalmente sumergido. Uno de los jóvenes le ofrece un termo de té caliente, mientras le explica que los vecinos evacuados le comunicaron que ella no estaba entre ellos y lo que les impulsó a regresar a la zona.
- ¿Son sus hijos?- pregunta el joven con una sonrisa similar a los de la fotografía.
Asiente con una sonrisa a medias, de esas que se quedan en un limbo intermedio entre la desidia y la ausencia. La embarcación gira junto a la parte emergida de la cocina. Ella observa los restos y tiene un último pensamiento para su viejo radio de pilas donde escuchó tantas novelas tarde tras tarde. Quizás bajo la masa de agua parduzca repleta de restos prosigan los locutores de ambas orillas enfrascados en defender sus razones, quizás ya ajenos por los años de refriega de los verdaderos intereses de un pueblo hastiado de tanta miseria.
Patrio
Patrio- Ganador por Votación del Foro al Premio Golden Post por Mejor Articulo Original
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Fecha de inscripción : 18/06/2008
Re: Agueda
Muy triste, pero lo he leido de un tirón, muy bueno Patrio, gracias.
Mayra- Co-Fundadora de Cuba Debate/Moderadora
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Fecha de inscripción : 17/06/2008
Re: Agueda
Mayra:
Gracias por su lectura.
Mis respetos para usted,
Patrio
Gracias por su lectura.
Mis respetos para usted,
Patrio
Patrio- Ganador por Votación del Foro al Premio Golden Post por Mejor Articulo Original
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Fecha de inscripción : 18/06/2008
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