EN LA MENTE DE UN DICTADOR

AMERICO MARTIN: La mentalidad del asediado
By AMERICO MARTIN

Toynbee dijo algo que hoy puede resultarnos luminoso. Desde Licurgo, el drástico reformador espartano, hasta la entronización de la Unión Soviética, una de las manifestaciones del totalitarismo fue la permanente movilización nacional contra las --por lo general fantasiosas-- maquinaciones del enemigo externo. No se trata únicamente, me permito agregar, de una astuta estrategia para legitimar las privaciones de los pueblos, la deriva militarista y la abolición de todos los espacios de libertad. Con ser esa una de sus funciones evidentes, detrás de semejante conducta crepita igualmente la manía persecutoria que, por caso, atormentaba las noches del jorobado Ricardo III, frente a los imaginarios o reales designios de sus enemigos.

El ilustre historiador británico denominaba mentalidad del asediado a esa pulsión, tan asociada a la autocracia. Cuando no hay peligros verdaderos en el horizonte, que es lo que ocurre normalmente, el asediado los inventa. Y ahí van las movilizaciones permanentes, la declaración del año de tal o cual cosa, la zafra de las diez millones de toneladas, el guerrillero heroico, las bases colombianas accesibles a militares gringos, el bombardeo al campamento fijo de Raúl Reyes, quien no estaba allí para hacer turismo ecológico, la invasión yanqui, que esta vez sí es inminente, la siniestra conspiración de Holanda, Aruba, Curazao y Bonaire, con EEUU en el fondo del escenario, los propósitos golpistas de la oposición. ¡Y el magnicidio, supremo peligro! En la historia de Venezuela sólo ha habido uno, el de Carlos Delgado Chalbaud, por cierto por accidente, aparte del frustrado atentado contra el presidente Betancourt, y no obstante bajo la actual administración no pasa un mes sin que se preparen varios contra el presidente Chávez. Con la diferencia de que uno vio morir a Delgado y vio la explosión que reventó el automóvil de Betancourt, pero en cambio jamás ha visto ni el más remoto indicio de los terroristas que urden planes contra Chávez. Es la mentalidad del asediado.

El problema es que los caudillos convierten sus fantasmales temores en realidades. Es lo que explica que actúen cotidianamente como si alguien les estuviera declarando la guerra. Toynbee llegó hasta Stalin, pero con más tiempo se hubiera interesado en estudiar las mentalidades totalitarias tropicales, comenzando por Fidel y terminando en cualquier de sus trasnochados émulos. Zinoviev, no el trágico amigo de Lenin, sino el escritor disidente, habló de la mentira institucional y en efecto la logocracia, el despojo de la memoria y el monopolio absoluto de la palabra pasan a ser los rasgos más visibles del totalitarismo, tanto en su fase madura como en su fase incipiente.

Es mentira, por ejemplo, que desde Colombia o desde Aruba se prepare invasión alguna contra Venezuela, Bolivia, Nicaragua o Cuba. ¿Acaso importa eso? La mentira institucionalizada tiene como ultima ratio fortalecer al socialismo porque, como no dijo Gramsci, la mentira siempre es revolucionaria. De Nedherland la única afortunada invasión sufrida durante años por los venezolanos es la del sabroso queso holandés. ¿Y el gran Oswaldo Guillén, mánager de los patiblancos, no estará sumido en un magnicidio oculto en su contundente respuesta a un petimetre de Hollywood? Por fortuna la falacia de la agresión externa ya no es creíble. El batir guerrero no movió la fibra nacionalista de los venezolanos: 80% no cree en ella y desea tener las mejores relaciones con el vecino.

El artificio de la guerra patriótica pudo ser invocado para ensombrecer las elecciones de septiembre. ¿No serviría a lo mismo el fracaso de la política eléctrica con sus siniestros apagones? ¿Uribe no, el Guri sí? Es un sapo difícil de tragar. Las elecciones irán contra viento y marea.

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